III

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Los días siguientes de la semana fueron totalmente corrientes, de la escuela a la casa y viceversa. 

Algunas compras rutinarias se presentaron, pero después de eso, nada anormal. 

Al fin era fin de semana. Becca tenía la oportunidad de descansar, pero estaba demasiado aburrida de la típica rutina de fin de semana: discusión con su madre, llorar, dormir, comer helado.

 Necesitaba algo más, más emocionante o menos aburrido. 

Por suerte para ella Astrid era experta en leer los pensamientos y la invitó a una fiesta. La chica llevaba menos de una semana viviendo allí y ya estaba enterada hasta de los lugares de fiesta, raro ¿no?

Era sábado por la noche y Rebecca se estaba vistiendo.

 Habían coordinado verse en su casa a las siete de la noche. Becca no estaba acostumbrada a esa vida fiestera, había participado en una o dos pijamadas, fuera de eso; nada más.

Miró su guardarropa para decidir que ponerse. Había lavado y secado su cabello castaño, así que debía escoger una ropa adecuada para la fiesta. 

Tomó un hermoso vestido negro con la espalda descubierta que le llegaba por encima de las rodillas, acompañado de unas botas negras y un lindo bolso. Nunca había sido buena para el maquillaje, pero lo intentó, se pintó los labios con un labial color natural y resaltó sus ojos con delineador, por último, se colocó un poco de rubor.

 Luego de haber terminado su obra maestra, se miró al largo espejo de su habitación. Se sintió incómoda. Después de todo lo ocurrido, nunca más había tenido el valor para divertirse. Pero tampoco era justo para ella, al fin y al cabo, era solo una adolescente, tenía el derecho a divertirse y a no morir en la soledad.

Salió de la habitación con rumbo a la casa de Astrid, no sin antes dejarle una nota a su madre, explicándole que iba a salir con una amiga y que no llegaría hasta las once más o menos, después de todo la mujer aún era su madre. 

Al salir de la casa sintió el aire fresco que golpeaba su rostro, podía sentir la libertad. Luego de unos cinco minutos de caminata por fin llegó a la casa número ocho. 

Era una casa común y corriente como todas las de la cuadra. Tocó el timbre. Lo tocó otra vez y no fue hasta la cuarta vez cuando el sonriente rostro de Astrid la recibió. 

Traía una hermosa minifalda de cuero color beige y un top negro corto. Tenía un maquillaje de noche y un oloroso perfume. En conclusión: estaba perfecta para la ocasión.

— ¡Becca! —exclamó alegremente mientras se ponía unos tacones. —Pasa por favor, ignora el desastre.

—No te preocupes —dijo Becca mientras pasaba.

—Lamento que tengas que esperarme, no tuve mucho tiempo hoy. Estuve haciendo algunas cosas—explicó.

—No hay cuidado, en serio.

Rebecca notó que su pelvis le dolía, advirtiendo que debía ir al baño a hacer del número uno, algo muy raro, porque eso nunca le pasaba.

—Astrid... esto es muy vergonzoso...—dijo lentamente—pero ¿podría pasar a tu baño?

— ¿Vergonzoso? ¡Claro que no amiga! No tengas pena. Por supuesto que puedes ir al baño, está al fondo del pasillo a la izquierda.

—Gracias, no me tardo.

Becca agradeció la comprensión de Astrid y se alegró un poco al escuchar lo que le había dicho ella. "Amiga", la llamó su amiga. 

Era un gran paso para ella. No había tenido un amigo desde hace mucho tiempo. Se distrajo con el pensamiento hasta llegar al fondo del pasillo, no se acordaba si le había dicho a la izquierda o a la derecha, ella siempre era muy mala hasta con las direcciones más simples. —A la derecha—susurró para sí misma. 

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