Capítulo 2

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La primera vez fue por rabia.
Esa rabia ciega que sólo un encuentro con el Señor Tenebroso puede provocarte. La sentiste correr por tus venas, un río embravecido que te hinchaba el pecho hasta dolerte. Pura adrenalina.
No se te pasaba.
Necesitabas una salida, alguien con quien desahogarte.
Alguien a quien odiar.

No, no al precioso Elegido.

El mocoso de Dumbledore era tu válvula de escape favorita, pero no esta vez, esta vez era demasiado, no sobreviviría.
Y, a pesar tuyo, Potter tenía que sobrevivir.
Mejor alguien a quien nadie necesitaba.
Con una sonrisa sádica, te habías materializado directamente en el salón del chucho.
Habías tenido suerte, estaba solo en la casa, su amigo lobo debía haber salido.

Claro, siempre estaba ese maldito pollo en el tercer piso, pero no podía salir de la habitación a la que lo habían relegado, así que después de desarmarlo habría estado completamente a tu merced.

Le habías pillado royendo su triste cena a solas en la mesa de la cocina.
-Expelliarmus- Y su varita estaba en tus manos.
-¿Qué demonios quieres Snivellus? ¿Te has armado de valor con tus brebajes y has decidido intentar ser un hombre?. -Podía burlarse de ti todo lo que quisiera, pero estaba indefenso y tú lo sabías. Al final podrías haberle hecho cualquier cosa. Habrías tenido la venganza que querías, es más, la venganza a la que tenías derecho.
El viejo se habría puesto furioso, pero a ti no podría haberte importado menos en ese momento.
Sólo querías que Black sufriera, querías hacerle daño.
¿Por dónde empezar?.

Tal vez un buen Cruciatus. El Señor Tenebroso parecía encontrarlo extremadamente satisfactorio.
Pero pensar en ese monstruo al que tenías que servir te arruinaría el momento.
¡No!.
No habrías usado la maldición que parecía haberse convertido en la favorita del tirano.

¿Un Sectumsempra quizás?
¿No la habías creado específicamente para usarla contra Black y sus amigos? Eso tampoco era bueno, habría muerto demasiado rápido, no habrías tenido tiempo de deleitarte con su sufrimiento.
¿Entonces?.
¿Qué hechizo usar? ¿Qué podría haberte dado la satisfacción y el desahogo que tanto necesitabas?
¿Qué te habría quitado la sonrisa de satisfacción de Black que tenías pegada en la cara?.

Ni siquiera te diste cuenta de lo que estabas haciendo, cargando la mano derecha.
El uppercut alcanzó a Black en la barbilla, justo en medio de esa absurda barba incipiente de la que estaba tan orgulloso. El crujido del hueso al quebrarse fue casi tan satisfactorio como el sorprendido gemido de dolor que escapó de sus labios.

Quería más.

El segundo golpe le alcanzó en el abdomen, justo debajo de las costillas, y fue tan seco y furioso como el primero, si no más.
Sus ojos se abrieron de par en par.
Qué satisfacción.

La ira ya no amenazaba con reventarte las coronarias, sino que te daba fuerzas, te hacía sentir poderoso, invencible. Entonces llegó el primer golpe.
Ni siquiera sentiste el dolor, ya lo sentirías más tarde.
Sólo te había enfurecido más.
Golpe tras golpe, devolviendo cada puñetazo que te llegaba, sin tregua, sin aliento, sin parar.
Black era más fuerte que tú, golpeándote contra las paredes, contra la puerta cerrada, contra las sillas.
Pero tú estabas más decidido y cada vez que volvías a la carga, él no te detendría hoy. Hoy tendrías tu victoria, pasara lo que pasara.
¿Fue él quien te derribó o fuiste tú? No lo recuerdas, pero sí recuerdas bien la sensación de estar inmovilizado en el suelo, con Black encima de ti, sujetándote bajo el peso de su cuerpo, con los brazos por encima de la cabeza y la cara a escasos centímetros de la tuya.

Impotente.
A su merced.
La frustración rugiendo en tus oídos mientras intentabas zafarte con todas tus fuerzas y Black te miraba como si te viera por primera vez.
Y entonces sus labios en los tuyos.
Un destello.

¿Qué demonios estaba haciendo ese imbécil? pensaste, tomando su labio inferior entre tus dientes y mordiéndolo.
El sabor de la sangre inundó tu boca, metálico. Pero la bofetada que siguió te hizo girar la cabeza hacia un lado.
Black te miró con seriedad, obligándote a volverte hacia él, sólo necesitando una mano para mantener ambos brazos apretados contra el suelo.

-¡Suéltame!- le gritaste retorciéndote, pero él no tenía intención de escucharte.
-Muérdeme otra vez y haré que te arrepientas- Labios rojos de sangre y fuego en el fondo de sus ojos. Parecía peligroso mientras descendía sobre ti.
Y entonces todo fueron labios, dientes y lengua.
Intentaste permanecer inerte, pero no era eso lo que querías, querías domarlo, subirte a la ola de esa nueva necesidad que sentías surgir en tus entrañas y domarla.

Eso también era una lucha, y querías ganar.
Por eso, cuando Black te soltó las manos para arrancarte la bata, se lo permitiste.
Sus ojos se trabaron en una danza de miradas.

Su mirada no vaciló incluso cuando descendió sobre ti, aceptándote en sí mismo.
Nunca habías pensado que podrías tener sexo con un hombre, ni siquiera en tus fantasías más tórridas, que no eran en absoluto castas, pero empujarte dentro de aquel agujero apretado y caliente te estaba proporcionando una satisfacción extraordinaria, el gemido que le habías arrancado entonces a la zorra había sido poco menos que fantástico.

Ningún juego de seducción, sólo brutales y secos empujones, casi buscando el dolor.
Black se movía rápido encima de ti, pero seguir sus movimientos no te bastaba, querías tener el control.
Tirarlo al suelo era fácil. Pero no pensabas que se dejaría llevar por ti, hasta el punto de ser cogido así, con las rodillas en el pecho.
En cambio, el perro había echado la cabeza hacia atrás gimiendo de placer.

Tú tenías el control, el poder ahora, podías darle placer o negárselo a voluntad.
Simplemente dejarlo allí insatisfecho con las piernas abiertas era tentador, pero algo más te atraía más.
Obligar a Black a soltarse por completo, reducirlo a una masa temblorosa de carne destrozada por el orgasmo, bajo ti, bajo tu dominio.
Era una catarsis.
Verle gemir y suplicar y finalmente rendirse al placer que le estabas dando.

Perfecto.
Eso fue perfecto.
Cambiaste el ritmo, cediendo y luego retirándote, dejándolo suplicante y deseoso.
El Black te suplicaba con la mirada. Cuando dejó escapar el primer gemido -por favor- Lo gratificaste tomándolo entre tus manos.
Fue una lenta tortura sublime, Black estaba en tus manos, literalmente y te suplicaba que le dieras más, ya no era sólo un agujero que llenar, querías drenarle toda energía, convertirlo en súcubo, dependiente de tu capricho y luego obligarlo a correrse con tus manos, a tus reglas.
Dejándole consciente de que era así sólo porque esa era tu voluntad.

El black se retorcía debajo de ti, esforzándose por recibir tus embestidas, tratando de tener más, de alcanzar un mínimo de satisfacción.
Le dabas unos cuantos empujones firmes y luego te retirabas, dejándole insatisfecho.
Qué frustrante debe haber sido.

-Por favor, por favor, por favor- Parecía ser lo único que aún era capaz de decir. Las palabras perdían su significado, el tiempo parecía ya no existir.
Sólo existían tú y él, atrapados en un presente infinito, podrían haber seguido para siempre.
Pero la cara de sorpresa de Black cada vez que le dejabas acercarse un poco más al orgasmo era demasiado satisfactoria.

Te empujaste con fuerza dentro de él una y otra vez, masajeándolo ferozmente y, esta vez, no pararías. Lo llevaste al límite, hasta que se ahogó de placer.
Se corrió aullando tu nombre, invocándote como a un dios, mientras se tensaba aferrándose a tu espalda para evitar que salieras de él.
Como si hubiera podido detenerte si lo hubieras decidido.
Se desplomó en el suelo temblando y en carne viva. Un bulto suelto y sin tensión.

Exactamente como tú habías querido.

Tu orgasmo fue igual de demoledor, igual de liberador. Una ola que había surgido en lo más profundo de tu pecho y te había engullido, dejándote jadeante mientras te vaciabas empujando en aquel pobre agujero palpitante y maltratado.
Tus piernas ni siquiera podían sostenerte mientras te ibas, pero nada iba a detenerte, no tenías intención de quedarte ni un minuto más en compañía del perro. Ahora que toda la rabia, toda la frustración te habían abandonado por fin, te sentías vacío, casi purificado.

Las sábanas blancas de tu cama te recibieron aquella noche como un sudario. Hacía años que no dormías tan profundamente.

Black soulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora