El cocinero asesino

Capítulo 16

Alice saltaba, esquivando las ramas que se cruzaban en su camino. Tenía su objetivo claro, y no pensaba detenerse hasta alcanzarlo. Cada paso que daba hacía que se le nublara un poco más la vista. Vio una luz entre los árboles, y corrió aún más rápido para alcanzarla. 

Pero cayó. Cayó por un barranco que parecía no tener final: pudo ver fugazmente su casa, la del Cocinero. Siguió bajando y observó la casa abandonada en la que se habían asentado unos días atrás. Hasta que tocó el suelo. Una luz brillante apareció de la nada y se tapó los ojos para no deslumbrarse. Los abrió lentamente, y se sorprendió al encontrarse con el Cocinero delante suyo, con una mano tendida, esperando a que ella la aceptara para ayudarla a levantarse. 

Y entonces abrió los ojos. Los latidos de su corazón iban rápido, y sentía como si el órgano fuera a salirse por su boca. Miró a su alrededor: Dusk dormía junto al Cocinero, en la misma alfombra que hacía tres días. No solía tener esa clase de pesadillas, y se sintió agradecida por esto. Soñar con todo eso no le había dejado un buen sabor de boca. 

Se levantó en un intento de relajarse y bajar sus pulsaciones. Hizo un par de movimientos con los brazos para estirarse: el sofá de Fred dejaba mucho que desear, pero había sido un detalle por su parte dejárselo. Abrió la puerta principal, intentando no hacer mucho ruido para no despertar a nadie. Necesitaba estar sola, respirar el aire frío de la noche. 

La mañana que había estado con el Cocinero en el bosque, había sentido una clase de conexión con él. Había sido extraño, y no habían hablado del beso ni una sola vez. Desde el momento en que supo que él le gustaba, no paró de repetir en su cabeza cómo sería el momento en que sus labios se tocarían. Iba a ser perfecto... O, al menos, así es como ella lo esperaba. Porque sintió que él solo la besaba para consolarla. 

Caminó un par de calles con las manos en los bolsillos para evitar sentir frío, pero fue en vano, pues su jersey era muy fino. No se había cambiado de ropa hacía ya días. Sus compañeros intercambiaban prendas con Fred, y el anfitrión también parecía estar feliz con eso. Nunca iba de compras, así que tener ropa nueva, aunque fuese temporalmente, era algo que le divertía. 

La tenue luz de las farolas hizo de la calle fría y acogedora al mismo tiempo. Cerró los ojos mientras suspiraba. Estaba bien poder salir de esa cabaña sin que nadie la persiguiera para intentar matarla. 

Al final de la calle aparecieron tres sombras que caminaban mirando a todos lados: la del medio era alta y robusta, al igual que la de los lados, aunque estas eran un poco más bajas. Alice se quedó quieta, observando aquellas figuras acercarse lentamente. Los latidos de su corazón volvieron a acelerar, aunque no sabía por qué. Quizá solo eran unos adolescentes que volvían de fiesta. 

En cuanto les pudo ver la cara retrocedió un par de pasos: no sabía quiénes eran, pero algo le daba mala espina. ¿Quién caminaba a las dos y media de la mañana? Eran tres hombres que miraban cada casa, cada esquina, como si estuvieran buscando algo. Y entonces la vieron. Alice abrió los ojos y miró a su alrededor. No había sido una buena idea salir de la cabaña.

El de la derecha la señaló al mismo tiempo que gritaba algo, y en un momento ya los tenía demasiado cerca, corriendo hacia ella a toda velocidad. Alice tardó un poco en reaccionar, pues estaba desconcertada. Pero enseguida pudo dar la vuelta para salir corriendo. 

Lo que pensó primero fue en volver a la casa, pero descartó la idea enseguida, pues no podía poner a sus compañeros en peligro. No podía esconderse en ninguna de las casas que la rodeaban, tardaría demasiado en abrir la puerta y dentro viviría gente. Buscar un escondite era su mejor opción, por lo que creía, porque eran demasiado rápidos como para ganar escapando. Luchar tampoco funcionaria, eran más fuertes.