Escena extra

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Cierto es que hacía tiempo que no sentía este tipo de nerviosismo. Las mejillas ardiendo, un temblor en el cuerpo y la sangre corriendo por mis venas tan rápido que parecía tener los brazos helados. La cocina de la mansión estaba igual que cada día: limpia e impoluta, sin una sola mancha y con todos los accesorios perfectamente ordenados. El hilo donde colgaban los pedidos estaba vacío, pero pronto iba a llenarse, como hacía cada noche. 

Respiré hondo, tratando de tranquilizarme. No estaba nervioso por lo que iba a hacer, pues lo había hecho miles de veces, sino por lo que esto representaba. El primer motivo que causaba ese sentimiento en mí, era que ese iba a ser mi último asesinato. Apenas tenía treinta y un años, pero esa era como mi jubilación. La segunda razón, era porque iba a asesinar ni más ni menos que a la familia del presidente de los Estados Unidos. Estaba acostumbrado a matar, pero... No a ese nivel. 

Me sentía capaz. Sabía que podía hacerlo. Sabía que iba a hacerlo. Pero algo en mí no quería abandonar todo lo que me había llevado años construir. Aunque ya nada era igual: no estaba Dusk para ayudarme, así que tenía que hacerlo todo yo solo, evitando obtener la ayuda de un sustituto. Tampoco podía charlar con nadie acerca de los casos. Estaba solo, en resumen. Más solo de lo que lo había estado nunca. 

Miré a mi alrededor; aún estaba solo en la cocina, pero escuchaba unos pasos aproximándose. Uno de mis compañeros entró por la puerta y, sin tan solo mirarme, hizo un gesto con la cabeza para saludar. Yo no le respondí, simplemente, me limité a observarlo con curiosidad. Dejó la bolsa que llevaba en el suelo de malas maneras, y se puso uno de los delantales que había colgados en la pared del fondo, que daba a un enorme baño que utilizábamos como vestuario. Después, el hombre se colocó el sombrero de chef y se apoyó contra la encimera. Giró la cabeza para mirarme, y, durante unos segundos, nuestras miradas se encontraron, pero nuestras bocas no soltaron palabra alguna. 

Después entró otra mujer con esa media sonrisa que siempre llevaba. Repitió los mismos pasos que el hombre anterior y, aun sin perder la sonrisa, se colocó al lado del otro. Los dos me observaban: al fin y al cabo, era el jefe. 

En menos de cinco minutos entraron siete personas más: cuatro hombres y tres mujeres. La mayoría de los trabajadores de la mansión eran callados, pues trabajaban duro durante el día y cuando volvían a casa gastaban todo su dinero en caprichos caros. 

Cuando me aseguré de que había llegado todo el mundo, me dispuse a hablar:

-Buenas noches -Empecé, al igual que cada día. -, los señores pedirán sus comandas en ocho minutos. Este es el plan de hoy: vosotros -Dije, mientras señalaba a tres de mis trabajadores. -, os encargaréis de los segundos. Vosotras, chicas, los postres. Y tú, y tú, haréis las salsas o complementos que se pidan, ¿de acuerdo?

-No puede hacer los primeros usted solo. -Comentó Stephanie, la llamada "rebelde" del grupo. -Son demasiados platos. -Por suerte, lo tenía todo preparado. 

-Quiero la perfección. Y temo que no puedas conseguirla solo abriendo esa boca tuya. -Stephanie me lanzó una de sus miradas asesinas, pero no me importó. Me miraba de esa forma a menudo, y lo único que había conseguido provocar en mi era diversión. -Quiero que os limitéis a hacer lo que digo -Cada día repetía la misma frase, ensayando para ese momento. -, nada de sorpresas. 

Todos asintieron y entonces el reloj marcó las nueve: hora de empezar. Señalé a una de las chicas más jóvenes, quien asintió y salió de la cocina junto a las cartas que yo había estado preparando junto a uno de los mejores cocineros que había en la cocina. Pronto después, entró con una expresión complicada de adivinar. Tenía el ceño fruncido, y observaba una pequeña libreta mientras intentaba leer algo con dificultad. 

El cocinero asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora