🩷 ; Prólogo.

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Era una tarde de primavera cuando Lee Félix se encontraba caminando de un lado a otro por toda una floristería para elegir el ramo perfecto. La encargada se había acercado para brindarle ayuda, pero él, amablemente, se negó.

Sus nervios estaban consumiéndolo por dentro ya que se presentaba una ocasión especial: le propondría matrimonio a la chica con la que tenía una relación estable de tres años.

La noche anterior se había estado preguntando si ya era hora de proponérselo, pues su padre pronto dejaría la dirección de su empresa y, como tradición familiar, el heredero debía formar una familia para ser el nuevo director. Siendo Félix hijo único, no le quedaba de otra más que continuar con los deseos de su padre.

Salió del local con un ramo de doce tulipanes blancos y se dirigió hasta su auto. Colocó las flores sobre el asiento del copiloto y las observó por un segundo con una sonrisa de oreja a oreja antes de conducir hasta el edificio donde se encontraba el departamento de su futura prometida.

Días previos, ella le había dicho que no se encontraba bien de salud y Félix insistía en ir a verla, pero simplemente se negaba a que lo hiciera, pues no deseaba contagiarlo. Sin embargo, el chico de cabello rubio no veía peligro en un simple resfriado, así que le daría una sorpresa para alegrar un poco sus malos días.

Una vez frente al edificio, salió del auto con el ramo en una mano y, antes de avanzar hacia el interior, se aseguró de llevar la pequeña cajita con el anillo dentro del bolsillo de su pantalón. Con seguridad, emprendió su camino y saludó al guardia con una reverencia que fue bien correspondida.

Mientras esperaba el ascensor, sus ansias aumentaban debido a la emoción porque había pasado una semana desde la última vez en que la vio; quizá se estaba comportando un poco infantil, pero ella era la única persona capaz de provocar un revuelo de emociones en su interior.

Con la impaciencia a flote, decidió ir por las escaleras para no perder más tiempo. En el camino, se cuestionó si debía esperar y llevarla a cenar para hacerle la propuesta, aunque sabía que la chica valoraría su esfuerzo, como siempre.

Imaginar la expresión que pondría al verlo con el ramo y la pequeña cajita, lograba hacerle sentir un explicable revoloteo en su estómago; habían compartido tantos momentos juntos durante esos tres años que Félix estaba seguro de haber encontrado al amor de su vida.

Al menos, eso era lo que creía luego de ver la escena que lo hizo sentir como si un balde de agua helada cayera sobre él.

En la entrada de su departamento se encontraba su novia, despidiéndose con un beso en la boca de un completo desconocido para él.

No había necesidad de adivinar qué era lo que había ocurrido allá dentro porque ella llevaba únicamente una camiseta cubriendo su delgado cuerpo y su comportamiento con el otro chico era demasiado cariñoso.

Sus sentimientos y emociones se vieron en una batalla interna; la mezcla entre la rabia, los celos, la tristeza y la decepción lo comenzaron a quemar, desvaneciendo cualquier tipo de chispa positiva.

Los oscuros ojos de la castaña terminaron encontrándose con los de Félix y su expresión cambió completamente a una de temor, por lo que terminó apartando al otro chico de inmediato.

—Félix... —logró decir en un susurro.

Sin intenciones de responder, lanzó el ramo al suelo con brusquedad y se acercó a los dos, invadido por la rabia que sentía en el momento.

No se tocó el corazón, alzó su puño y golpeó el rostro del chico, logrando hacer que perdiera el equilibrio y cayó con violencia al suelo.

—¡Félix! —gritó sorprendida y se acercó a él para tomarlo de los brazos, en un intento por apartarlo de quien yacía tirado—. Puedo explicarlo...

—¡No me toques! —bramó el rubio, zafándose inmediatamente del agarre—. No quiero escucharte. Con lo que he visto, ha sido más que suficiente para comprender que así es como has fingido estar enferma durante todo este tiempo —la tomó con fuerza de los brazos y la sacudió bruscamente—. ¿Desde cuándo has estado viéndome la cara de estúpido? ¡Responde!

—Me estás lastimando... —chilló.

—No más de lo que tú lo estás haciendo conmigo ahora mismo, eso tenlo por seguro —espetó, soltándola.

—Déjame explicarlo —volvió a pedir con voz temblorosa—. Entra conmigo al departamento, por favor...

—¡Qué cínica eres! No quiero escuchar ni una sola palabra que provenga de tu sucia boca —retrocedió un par de pasos y una sonrisa apareció en sus labios—. Me dan asco. Los dos.

Dicho aquello, se dio media vuelta para marcharse lo más pronto posible de ese lugar al que ya no era más bienvenido.

Salió del edificio con la vista nublada debido a las lágrimas que estaba conteniendo; no deseaba mostrarse débil, pero miles de preguntas lo inundaron.

¿Qué había hecho mal? ¿Acaso no le había cumplido todos y cada uno de sus caprichos? Tres años de relación echados completamente a la basura. ¿Cuánto tiempo le había estado viendo la cara? ¿Por qué lo había estado haciendo? ¿Hizo algo mal?

Mientras trataba de buscar las respuestas que nunca iban a llegar, tiró la pequeña caja con el anillo en uno de los contenedores de basura que había fuera del edificio porque había dejado de tener valor para él.

Había sido destruido de la peor manera. Estaba hecho pedazos, pero las lágrimas no rodaron por sus mejillas; no valía la pena derramarlas por alguien que no supo cuidar de su corazón.

En cambio, agradeció haberse dado cuenta la clase de persona que era. ¿Cuántos más habían estado en la misma cama que una vez ellos compartieron?

Pensar en eso le provocó todavía más asco e intento despejar su mente, pues era capaz de regresar al departamento y cometer una locura.

Los meses transcurrieron y Lee Félix no volvió a interesarse en buscar el amor. Asistía a citas a ciegas organizadas por su padre, pero terminaba aterrando a las chicas con su sombría aura y la profundidad de su voz.

Su vida había cambiado completamente desde aquella decepción que le hizo vivir quien creía era el amor de su vida.

Ahora, cualquier atisbo de positividad se había esfumado, cubriéndolo todo con una densa capa de amargura; los días de Lee Félix se habían convertido en penumbras.

Ahora, cualquier atisbo de positividad se había esfumado, cubriéndolo todo con una densa capa de amargura; los días de Lee Félix se habían convertido en penumbras

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En un latido de corazón • HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora