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En el siglo XVIII, en una tranquila mañana cuando los mares estaban impregnados con el aroma de la aventura y la libertad, el sol emergió con su resplandor dorado sobre el archipielago de Marisoria, donde se establecia el reino de Marisoria. La mañana pintó el cielo con tonalidades cálidas y despertó a los pájaros que danzaban en el aire.

En el corazón de la isla principal, como un testigo silencioso de los siglos, se alzaba el imponente Castillo de Marisoria. Las torres apuntaban hacia el cielo, como guardianes del tiempo, mientras que las murallas del castillo se veían adornadas con enredaderas que bailaban con la brisa salada del mar.

Los jardines que rodeaban el castillo se vestían con colores vivos y vibrantes; flores exóticas se mecían con gracia entre las ruinas de antiguas. Senderos empedrados llevaban a intrincados laberintos de vegetación que acompañaban el canto de los pájaros marinos resonando en el aire fresco, creando una sinfonía que complementaba el despertar de la isla.

Más allá de las aguas que rodeaban la isla central, el archipiélago de Marisoria se desplegaba como un mosaico de pequeñas islas. Cada una de estas diminutas tierras era como un capítulo único en el cuento de Marisoria, donde la magia fluía en armonía con la naturaleza.

Desde las altas murallas, el soñador príncipe Max Emilian de Marisoria contemplaba su reino con ojos anhelantes. Ansiaba ir más allá de las piedras y los muros que lo mantenían cautivo en su linaje.



En ese preciso momento, la puerta de la habitación se entreabrió, revelando la figura de Charles de Valoria, hijo del Conde Frédéric de Valori, el mejor amigo de Max.

- ¿Cómo amaneció la principessa de Marisoria? -luego de no recibir ninguna respuesta por parte del heredero al trono-. ¿Contemplando tu reino de nuevo?

Sin embargo, Max estaba tan absorto en la vista que no se dio cuenta de que su amigo estaba ahí. Charles se dejó caer en una silla perteneciente a la gran habitación, observando el paisaje que se extendía ante ellos.

- Nunca te cansas de esta vista, ¿verdad? -comentó Charles, admirando la escena ante sus ojos.

El océano, vasto y etéreo, se extendía hasta donde alcanzaba la mirada, sus olas mecían con gracia la superficie mientras reflejaban los últimos destellos del amanecer. Los tonos suaves y cálidos del cielo se fusionaban con los azules profundos del mar, creando un espectáculo de colores que parecían pintados por los dioses mismos.

Max suspiró y se volvió hacia su amigo con una mirada llena de ilusión pero a la vez con un toque de nostalgia.

- Charles, ¿crees que podríamos ser felices lejos de todo esto?

- ¿Te refieres a tu papel como príncipe? -Su amigo lo miró con curiosidad.

- He estado pensando mucho. Quiero ser libre. Quiero algo más, más allá de estos muros, más allá de mi título de príncipe. ¿Acaso tú no sueñas con algo más? -

- Maxie, a todos nos gustaría la libertad, pero ¿realmente crees que podrías dejar todo esto atrás?

El príncipe miró fijamente a la ventana, como buscando respuestas en el horizonte. - No lo sé, pero me encantaría descubrirlo.

Charles, con una chispa de emoción en los ojos, se levantó de la silla y extendió su mano con un gesto elegante.

- Entonces, pequeño Maxie, deberíamos buscar una aventura, ¿no crees? -dijo sonriendo mientras veía a su amigo rodar los ojos.

- ¿Una aventura? Charlie, sabes que mi papá no me deja salir de la isla principal -suspiró Max mientras volvía su mirada a la ventana.

- Lo sé, pero también sé que conmigo te deja ir hasta el fin del mundo -el heredero al trono negó mientras se reía, ya que era cierto; habían sido mejores amigos desde que estaban en pañales.

AMORE IN MAREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora