.⋆。˚。⋆. XI .⋆。˚。⋆.

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El suave vaivén del bote los mecía de regreso hacia el Taurus Ruber, mientras las estrellas comenzaban a aparecer tímidamente en el cielo. La playa mágica quedaba atrás, pero Max y Sergio apenas se habían dado cuenta. Sus ojos estaban fijos el uno en el otro, y sus labios, enredados en besos que parecían no querer terminar nunca.

El pequeño bote en el que iban no dejaba de balancearse con cada movimiento, pero ninguno de los dos parecía prestarle atención. Max estaba sentado sobre las piernas de Sergio, con sus brazos alrededor de su cuello, mientras el capitán lo sostenía firmemente por la cintura. La luz de la luna se reflejaba en el rostro de Max, haciéndolo parecer aún más irreal, como un ángel que había bajado para trastornar la vida de Sergio.

— ¿Entonces... todo esto lo planeaste tú? —murmuró Max entre besos, su voz un susurro suave contra los labios del otro— ¿Cuánto tiempo llevas organizándolo?

Sergio soltó una risa baja y ronca, apoyando su frente contra la de Max mientras sus manos subían y bajaban por su espalda— Semanas. No fue fácil conseguir todo lo necesario y, sobre todo, mantenerlo en secreto. Tienes un talento especial para notar todo, angelito.

El bote chocó ligeramente contra el costado del Taurus Ruber, y los tripulantes que esperaban para ayudarlos apenas pudieron disimular las sonrisas mientras los veían. El andar de Max fue torpe al saltar del bote al barco, y Sergio tuvo que sujetarlo por la cintura para evitar que tropezara. Pero en cuanto ambos estuvieron en la cubierta, no pudieron resistirse.

Bajo el cielo estrellado, Sergio volvió a acorralar a Max contra el mástil más cercano. Sus labios volvieron a encontrarse con la misma urgencia y fuerza de antes, como si el aire solo pudiera llegar a sus pulmones a través de esos besos.

— Cielo... no me canso de besarte —susurró Sergio contra su boca, sin separarse del todo.

Max sonrió, sus ojos brillando de emoción y algo de travesura— Entonces no te detengas —respondió, entrelazando sus dedos en el cabello de Sergio y tirando de él para acercarlo más.

Sus besos se volvieron más lentos, pero no menos intensos, mientras avanzaban tambaleándose hacia la cabina del capitán. Los tripulantes que se cruzaban en su camino fingían estar ocupados. Cuando llegaron a la puerta de la cabina, Sergio apenas logró abrirla sin separarse demasiado de Max. En cuanto estuvieron dentro, cerró la puerta de un empujón y atrapó a Max contra ella.

— ¿Sabes cuánto te deseo, Max? —murmuró Sergio, su voz ronca mientras rozaba con sus labios la mandíbula de Max.

— Dímelo —susurró Max, con necesidad en su tono.

Sergio sonrió contra su piel antes de morder suavemente el lóbulo de su oreja, provocándole un escalofrío— Desde el día en que subiste a este barco, desde la primera vez que me miraste con esos ojos que parecen contener el océano, supe que no había escapatoria. Te deseo, Max. No solo tu cuerpo, sino todo de ti. Tus risas, tus enojos, tus sueños. Todo lo que eres.

— Dioses, Sergio —murmuró antes de tirar de él para otro beso, uno que era más desesperado, más necesitado— ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

— Porque no quería asustarte —confesó Sergio. Su frente se apoyó contra la de Max mientras respiraba profundamente, intentando calmarse, pero sus manos traicionaban su control, acariciando la cintura y las caderas de Max con una devoción casi desesperada.

— Porque cada vez que te miro, me quedo sin palabras, y no quería arruinar esto. Pero ahora... —Sergio inclinó la cabeza para besar suavemente la mandíbula de Max, siguiendo el contorno hasta su cuello— ...ahora no quiero contenerme más. Te quiero, Max. Te quiero de todas las formas posibles. Eres todo para mí, angelito. Mi luz, mi puerto seguro, mi maldita perdición...

AMORE IN MAREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora