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La vida en el Taurus Ruber parecía una aventura sin fin, un mundo de olas eternas y horizontes sin límites. Los días transcurrían bajo el sol radiante, y las noches, bajo un cielo tachonado de estrellas. Para Max, aquello era un paraíso inesperado. La brisa salada, los sonidos de las velas crujiendo al viento, y las risas de la tripulación creaban una armonía que contrastaba con la rígida monotonía de la vida en el palacio que había dejado atrás.

Max estaba en la cubierta, conversando alegremente con Alex, que escuchaba atentamente las historias de su infancia en el palacio, sus manos moviéndose en el aire para dar énfasis a sus palabras. La brisa marina jugueteaba con el cabello dorado de Max y hacía ondear la camisa blanca que llevaba, remangada hasta los codos. Parecía un ángel caído del cielo, una figura demasiado delicada para aquel mundo rudo de piratas y marineros, pero al mismo tiempo, encajaba perfectamente en el escenario.

A un lado, Lance y Yuki observaban la escena mientras reían escuchando la emoción de Max al contar las anécdotas. Yuki, pequeño pero lleno de energía, se había acomodado sobre un barril, pateando el aire con las piernas mientras hablaba animadamente. Lance, con su sonrisa encantadora y despreocupada, parecía brillar bajo el sol. Las risas de los cuatro se mezclaban con el sonido de las olas rompiendo contra el casco del barco.

En la parte alta, junto al timón, cuatro pares de ojos observaban la escena desde la distancia. La mirada del capitán no podía apartarse de Max. Había algo en el príncipe que lo fascinaba, algo más allá de su apariencia casi etérea. Era su risa, su espíritu libre, y la forma en que parecía iluminar cada rincón del barco con su sola presencia.

— Es un milagro que el barco no se haya estrellado aún con lo distraído que estás, capitán —comentó Fernando con una sonrisa burlona, cruzándose de brazos mientras también miraba hacia la cubierta. Sin embargo, su atención no estaba en Max, sino en Lance. A pesar de su intento de parecer despreocupado, había algo en sus ojos que delataba deseo.

— Ocúpate de lo tuyo, Avalon —respondió Sergio sin apartar la vista de Max. — Yo sigo controlando el rumbo perfectamente.

Unos pasos más allá, los hermanos, Pierre y George, también estaban atentos a la escena en la cubierta.

— ¿Alguna vez viste algo más perfecto que eso? —murmuró Pierre, mientras apoyaba los codos en la barandilla y señalaba con la cabeza hacia Yuki, que en ese momento agitaba los brazos tratando de demostrar su punto. — Es como si el sol hubiera decidido seguirlo a él hoy.

George, por su parte, tenía la mirada fija en Alex. Había algo magnético en la manera en que hablaba, y la forma en que sonreía hacia Max no ayudaba a calmar el ligero cariño que el menor de los hermanos intentaba disimular.

— ¿Crees que algún día dejarán de ignorarnos? —preguntó Pierre en voz baja, desviando su mirada hacia su hermano.

— ¿De qué hablas? Yo al menos tengo posibilidades —replicó George, sin apartar la mirada de Alex.

Pierre soltó una risa suave, aunque su atención seguía fija en el pequeño ayudante de cocina — No sé, hermanito. Creo que aquí todos tenemos las cartas algo complicadas. Menos el capitán.

— ¿Crees que el capitán sepa lo que está haciendo? —preguntó George en voz baja, su mirada fija en el horizonte por donde se asomaba una pequeña isla.

Fernando se encogió de hombros — Por lo menos el capitán tiene el valor de planear algo. Algunos de ustedes ni siquiera saben cómo empezar una conversación.

— Es que mi Maxie es diferente —murmuró Sergio, casi para sí mismo.

— ¿Diferente cómo? —preguntó Pierre, con curiosidad.

AMORE IN MAREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora