Capítulo 1

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El arte de no encajar en el mundo, 

y no temblar de soledad.

—Elena Poe.

Ivette Stern.

—¿Cuál es tu nombre?

—Ivette Stern.

—¿Vienes de muy lejos?

—No mucho, la verdad.

—¿Vas a tercero de secundaria? —preguntó la mujer sorprendida.

—Sí

–¿Cuántos años tienes?

Si me dieran un billete por cada vez que me preguntan eso...

—Dieciséis.

—Luces más joven de lo que aparentas. —manifestó, sonriente.

—Supongo.

Llevo aproximadamente veinte minutos respondiendo distintos tipos de preguntas, tanto de mi vida personal como académica. La mujer va anotando cada respuesta que sale de mi boca, como si estuviera interrogando al mafioso más peligroso del país.

Si digo súper polla eléctrica, ¿lo escribirá también?

Una leve sonrisa se me escapa por la tontería que acabo de pensar; el estrés ya me está volviendo loca. Está empezando a dolerme la espalda por lo mucho que me está costando mantener una buena postura, y no está de más decir que siento la cola dormida. Nunca había sufrido tanto por una silla de lo más incómoda.

Dados los acontecimientos, la institución resultó ser muy cuidadosa al momento de admitir nuevos alumnos; de esta manera, pueden asegurar el bienestar del lugar y de sus estudiantes. O eso explicaría por qué aquella pelinegra me preguntó, literalmente, hasta mi tipo de sangre.

Ya estoy harta.

—¿Padeces alguna enfermedad que debamos saber?

—No, que yo sepa.

—Me alegro... —seguía apuntando mis datos. —Entonces, ¿ es la primera vez que pisas nuestra institución?

—Así es.

—Bien, eso fue todo —concluye soltando el bolígrafo.

Escuchar eso fue lo más gratificante del día, ya no soportaba responder ni una pregunta más.

¡Qué alivio!

—Una disculpa por no haberme presentado desde un inicio, quería acabar de completar tu formulario primero. Soy la profesora Victoria Bennett, pero me gusta que me llamen Vicky —se presentó, extendiéndome su mano cobriza. 

Vacilante, la tomé.

No me gustaba el contacto físico, se me hacía incómodo, molesto y en algunas circunstancias hasta me daba asco. Hay ocasiones que es muy innecesario, pero en este momento no me disgustaba, su tacto se sentía muy suave, generándome ganas de acariciar su mano.

Impresionante.

—Espero que te sientas cómoda con nosotros —expresó, deshaciéndose del apretón.

—Igualmente.

—Da la coincidencia de que soy tutora al curso al cual perteneces —explicaba, mientras acomodaba mis documentos en una carpeta.

Aproveche su distracción para mirarla descaradamente y detallar su aspecto. Luce un físico joven, intuyo que su edad no sobrepasa los treinta años, su piel es de un tono cobrizo, pero gracias a su abundante cabellera negra sumamente lacia que le llaga más abajo de la cintura, hace que se vea un poco más pálida. Porta unos ojos grises, siendo esta la primera vez que veo unos de ese color.

NOS VOLVEREMOS A VER [Porque Siempre Hay Un Regreso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora