Capítulo 10

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Pude, puedo y podré,

porque llorona sí soy,

pero cobarde jamás.

—idesvelame. 

Ivette Stern. 

—Maldición, qué frío —pronunciaba Derek mientras encendía la calefacción del auto. Se encontraba en el asiento del conductor, mientras yo me había adueñado de la parte trasera con mis cosas esparcidas.

Gracias a Dios, todo estaba en orden. Mi mochila era repelente al agua, por lo que el contenido estaba intacto.

«Me importas mucho, Ivette.»

No logro sacarme eso de la cabeza. ¿Qué tan cierto es lo que me dijo? Apenas sé cosas sobre él. Apenas él sabe algo de mí. No logro entenderlo, mucho menos creerlo.

—Piensas mucho —habló Derek, sacándome de mi trance mental. Ahora estaba recostado contra el asiento, sus lentes descansaban detrás del volante, dándome una vista exquisita de su atractivo. Es bien guapo ese cabrón.

—Solo... no proceso aún lo que acaba de suceder —expliqué, ordenando nuevamente mis cosas en la mochila.

Gotas de lluvia chocaban contra la ventanilla del auto. Mi cabello mojado destilaba un poco, empapando más mi sudadera, pero casi no sentía frío. Al contrario de Derek, que de vez en cuando lo miraba de reojo y era visible que se moría de frío.

—Detrás de los asientos tengo dos sudaderas, pásame una, por favor —pidió, aún recostado contra el asiento, manteniendo los ojos cerrados.

Sin responder, hice lo que me pidió, encontrándome con su sudadera gris, la que portaba la mayor parte del tiempo, y una sudadera negra. Le extendí la gris, suponiendo que era su favorita, pero me la rechazó al instante.

—No, dame la negra —dijo, sacándose la camisa.

Ouh...

Está bien. Es delgado, pero tiene un buen abdomen. 

Está buenote.

Shhh, cálmate, no pienses. Solo es la impresión de ver eso en persona por primera vez. 

Sin rechistar, le pasé la sudadera negra.

—Gracias.

Antes de que se vistiera por completo, logré ver con claridad el tatuaje de su hombro derecho. Eran dos estrellas luminosas, una de color azul y otra de color rosa, separadas por un camino de estrellas más diminutas. Era un tatuaje sencillo y bonito.

—¿Te gusta? —cuestionó el pelinegro

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—¿Te gusta? —cuestionó el pelinegro. Rápidamente, dirigí mi vista al frente sin entender cómo se había dado cuenta de que lo miraba, hasta que conecté con su mirada azul a través del espejo retrovisor. En algún punto notó mi atención sobre él, ya que, a pesar de que se moría de frío, el suéter se quedó a medio camino, cubriendo solo sus brazos.

NOS VOLVEREMOS A VER [Porque Siempre Hay Un Regreso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora