Capítulo 5

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ADVERTENCIA

Este capítulo contiene temas delicados sobre la salud mental y sus antecedentes. Se recomienda discreción y precaución al leer.

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Donde muestras 

el desastre que eres 

y no huyen, ahí es. 

—Omarr Concepción.

Ivette Stern. 

—Es un compañero de clase —contesté tajante.

La expresión de mi madre reflejaba una ira impotente. Sus mejillas comenzaban a sonrojarse y su mandíbula estaba tensa, como si estuviera reteniendo humo por la boca si eso fuera posible.

—¿Un compañero? ¿De verdad me vas a mentir así? —preguntó, cabreada.

—¿Qué está insinuando? —indagué, ceñuda.

—Mira, Ivette, donde tú me salgas con tu domingo siete...

—¡Mamá! —la interrumpí con rabia. —¿Cómo puedes pensar así? —grité, con las lágrimas corriendo por mis mejillas, llenas de coraje.

—¡Porque así eres tú, Ivette! Eres una golfa, lo mismo pasó con...

La dejé con la palabra en la boca; era lo mismo de siempre. Agarré mis audífonos y el teléfono, y salí de prisa hacia el baño de mi habitación, cerrando la puerta con un portazo. Me coloqué los audífonos rápidamente, esperando no escuchar nada, pero el Bluetooth no estaba a mi favor, no se conectaba con el teléfono.

Varios golpes estruendosos hacían eco en el baño, cada vez más fuertes. El cuerpo comenzaba a temblarme. En algún punto, esa puerta se derrumbaría.

—¡Ivette! Abre esa puerta —golpeaba mi madre bruscamente.

Me alejé lo más que pude, metiéndome en la bañera, tambaleándome por la ansiedad que se apoderaba de mi cuerpo. Recordé que hace unos meses había escondido una navaja por aquí, pero no recordaba con exactitud dónde.

—¡Mamá! ¿Qué es ese escándalo? —Se escuchaban los gritos de mi hermana mayor, Irma, desde el otro lado de la puerta, haciendo que el eco de sus pasos se acercara.

—La perra de tu hermana se bajó del auto de un hombre —bufó, cabreada. —Lo más probable es que ya le abrió las patas a ese infeliz. ¡Abre la puerta! —seguía golpeando.

En este punto ya estaba llorando a moco tendido. La cabeza comenzaba a dolerme como si un taladro se tratase. El cuerpo me temblaba y la respiración me fallaba. La ansiedad se apoderó de mí. A pesar de tener puestos los audífonos, lograba escuchar cada palabra que salía de su boca en forma de gritos. Me daba miedo lo que pudiera llegar a hacerme. Cuando estaba molesta, daba mucho miedo.

—Ya, mamá —habló mi hermana—. Déjala.

—Escúchame bien, Ivette —sentenció mi madre—. Donde tú estés embarazada, te largas de esta casa y, por mí, te pudres en la calle.


Después de eso, los pasos se hicieron lejanos, cerrando la puerta de mi habitación con un portazo. Varios minutos pasaron. Lentamente salí de la bañera, gateando hasta la puerta. Me acurruqué contra ella y dejé de llorar en silencio, sollozando en voz alta para expulsar el nudo de mi pecho. Con la mirada borrosa, logré percibir algo brillante: era la navaja que había escondido bajo el lavabo. La tomé con cuidado mientras mis manos seguían temblando. Chorros de sangre bajaban por mis brazos, haciendo que el llanto cesara al concentrarme en el dolor que ahora palpitaba frenéticamente.

NOS VOLVEREMOS A VER [Porque Siempre Hay Un Regreso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora