Capítulo 9 "Un buen día para amar"

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Narra Emilio:

Despertaba esa mañana de lunes, sin ánimos, sin fuerzas para empezar una nueva semana, desde ya hace un tiempo, tal vez unas dos o tres semanas atrás me he sentido así.
He pensado en que si las cosas entre Irving y yo siguen iguales, para que seguir, llegar a el aula y mirar su tierna sonrisa ya no me basta, necesito abrazarlo, besarlo, estar todo el tiempo a su lado para poder sentirme bien.

Ni siquiera tenía animos para poder manejar así que me fuí caminando.
Al llegar estaba ahí en la entrada el señor director esperándome, al verme me dice:

Profesor Emilio, quisiera hablar un momento con usted.

Sí claro señor director.

Vamos a mi oficina.

Llegamos a su oficina, él me pide que tome asiento y así sentados frente a frente, separados por el escritorio comenzó a hablar:

Profesor Emilio, desde ya hace algunos días lo he visto demasiado tenso, quiero preguntarle sí le pasa algo.

No, estoy bien. Respondí al instante.

¿Seguro? Pienso que ésto es algo serio, estamos hablando de su salud y del futuro de los alumnos, sí usted no se siente bien no va a poder dar bien sus clases, lo cual va a afectar a los alumnos, recuerde que pequeños errores causan grandes problemas en el futuro.

Estoy muy seguro señor director, estoy bien, y ya me tengo que retirar por que no quiero empezar tarde mis clases.

Y sin más que decir, salí casi que corriendo del lugar hacia el primer aula y así comenzó mi día, dando clases sumergido en un oscuro abismo donde solo habitan la tristeza, la impotencia, la desesperanza y la soledad.

Había llegado el momento que más temía, la última clase, clase en la que está Irving, al verlo entrar por la puerta mis penas sacian por momento, pero cuando él se va toman fuerza de nuevo, ésto que siento solo va a cesar el día que por fin llegue a amarme.

Sentía algo diferente en él, me veía mucho y me regalaba sus bellas sonrisas, cosa que poco a poco dejaba de hacer, eso me da esperanzas.
Tras sus ojitos podía yo ver el alma más tierna y sencible del mundo.

Sentía que mi corazón estaba a punto de explotar de alegría, a nuestro alrededor no existía nada ni nadie, solo él y yo, amándolo desde la distancia.

Se acabó la clase, todos se fueron menos él, se encontraba sentado con la mirada agachada, pasaron unos minutos y se levantó de su silla buscando algo en su mochila con desesperación, se me acerca y con su mano temblorosa me entrega una pequeña hoja de papel, yo lo volteo a ver con una expresión de confusión, pude ver su rostro completamente rojo y desde su frente corrían gotas de sudor.
Tomé ése papel que tenía algo escrito, comenzé a leerlo.
En él escribía todo lo que sentía por mí confesando así su amor por mí.

Me quedé perplejo, era como un sueño. Lo miré y le dije:

¿Es verdad lo que dice aquí?

Él, con una pequeña sonrisa en los labios asintió, yo no aguanté más y me le avalancé para abrazarlo, un abrazo fuerte y duradero, podía sentir el calor de su cuerpo en el mío y los latidos de su corazón en mi pecho.
Nos separamos, un lo amo se escapó de sus labios y ahora él me abraza poniendo su mano por detrás de mi cabeza para así acercarla y poder unir nuestros labios en un beso tierno.

Sorprendido por su comportamiento, no supe cómo reaccionar, deseaba tanto sus besos pero a la vez sentía algo de culpa.

Ésto era lo que querías, ¿Cierto?
Ya lo tienes, ahora disfrútalo. Me dije a mí mismo en mi mente, así que no hice caso a ese sentimiento y comencé a disfrutarlo.

¿Quieres ir a mi casa?  Dije bastante nervioso.

Él asintió con su hermosa sonrisa tierna, guardé mis cosas y salimos del aula con cautela hasta salir de la preparatoria, tratando de que nadie nos mirara.

Y así, tomados de la mano empezamos a caminar por todas las calles hasta llegar.
Llegando, él entró y tomó asiento en ése sillón amplio que está frente a una televisión y me senté a su lado, ninguno de los dos hablaba, la tensión y el silencio desbordantes reinaban en el lugar y hacía que pudiera escuchar los latidos de su corazón.

Desidí romper aquella tención poniendo mi mano sobre la suya, él sorprendido me mira, sus ojos se clavaron en los míos, sus ojos temblaban de pena y miedo pero seguían conservando aquel brillo que le daba una apariencia casi celestial.

Con aquella mirada nos decimos tantas cosas, mis ojos intencionalmente resbalaron a sus labios, unos labios hermosos, pequeños y rosados, tan apetecibles, yo sediento de sus besos me arrojé a ellos nuevamente pero ahora con besos más salvajes.

Puso sus manos en mis hombros y con un movimiento rápido se sienta sobre mis piernas, poniendo las suyas a los lados de mi cintura.

Sin querer, las prendas iban cayendo al suelo poco a poco.
Teníamos miedo, mucho miedo pero era más grande el sentimiento de querer estar juntos que no nos importó el qué dirán las personas.

Nos separamos del beso por la falta de aire dejando un pequeño hilo de saliva que dejaba muestra de la unión de nuestros labios.
Es ahí cuando pudimos ver nuestros cuerpos, su torso delgado y blanco como la nieve, con algunas pecas dispersadas por su pecho y abdomen.

Volvimos al beso, ese momento era verdaderamente mágico, era el momento que tanto había soñado él estar así con él, nuestros labios juntos, nuestras manos entrelazadas y los dos dejábamos escapar jadeos ahogados por los besos.
De pronto, un sonido ensordecedor invade mis oídos haciendo que me despertara y dándome cuenta que todo era un simple sueño.

Enséñame a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora