Olivia
Iba tarde, demasiado tarde.
Le había prometido a mi abuelo que iría a visitarlo a las ocho de la mañana debido a que no tenía ninguna clase por la mañana, pero me había quedado dormida y ya eran más de las nueve y media. Me culpé por haber puesto la alarma a las ocho menos diez, pues al parecer en ese momento no fui consciente de que tenía el auto en el taller y que caminar desde la casa de Marcos hasta el asilo me tomaba casi una hora.
Mi abuelo odiaba la impuntualidad, la odiaba hasta el punto de que, si llegabas con un minuto de atraso, él sería capaz de no hablarte por un mes y medio, como mínimo. Por esa razón había pasado por un kiosco a comprar sus chocolates favoritos, si es que se le puede decir chocolates a los maníes bañados en chocolate amargo.
Subí a gran velocidad las escaleras que llevaban a la habitación de mi abuelo, me paré frente a la puerta y me tomé unos segundos para normalizar mi respiración. Cuando la tuve controlada, tomé el pomo de la puerta dispuesta a entrar, pero una de las bolsitas de maní con chocolate se me cayó al suelo y me tuve que inclinar para recogerla.
—Se te va a ir. —era la voz de mi abuelo, y sonaba tan serio que me causó escalofríos— Ella ya está cansada de ustedes, y en cualquier momento se va a ir.
Parecía estar hablando con alguien más, así que solo me quedé en silencio contra la puerta y me dediqué a oír lo que decían.
—Hace tres días que se fue de casa, no nos llamó, no nos mandó ni un mensaje, nada. —reconocí la voz de mi padre y me quedé helada.
—No tiene por qué hacerlo tampoco, ustedes nunca le preguntaron que quería, que le gustaba, que sentía. Y cuando ella, pobrecita ya cansada de su falta de atención, les dijo lo que quería, ustedes no estuvieron de acuerdo y la dejaron a su suerte. Estrella se hizo a los seis años, desde los seis años Estrella tuvo que arreglárselas como pudo, aprendió a cocinarse lo que ella quería, a lavarse su ropa a mano, a viajar por las diferentes líneas de colectivo para ir al colegio, a lidiar con sus problemas, a conseguir plata.
Mis ojos picaban cada vez más con cada palabra que oía, me sequé las lágrimas con las manos y dejé mi pequeña mochila en el suelo para poder calzarme de una manera más cómoda contra la pared.
—A vos te parece, José, y quiero que me seas honesto. ¿A vos te parece que una nena de seis años tenga que decirse 'sacrifico esto porque en este momento solo me alcanza para esto'?, ¿te parece? Porque a mí no, eh, a mí no.
—¿Y qué querías que haga?
—Atenderla, cuidarla, quererla, así como quisiste y malcriaste al inútil que tienes por hijo. Eso tendrías que haber hecho, y no lo quieras hacer ahora con la idea de recuperarla porque no la vas a comprar con pedirle disculpas y decirle que la quieres. Me parece perfecto que se haya ido, la vida ya es demasiado injusta con ella, lo que menos le hace falta es compartir techo con personas que no la quieren.
—Vas a ver que cuando se le termine la plata va a volver, no sé qué tanto se hace si al final nos va a terminar necesitando.
—¿Qué plata le vas a dar?, jamás en su vida recibió ni un solo peso de tu parte, yo pago su carrera, yo pago su material de estudio, yo pago su tarjeta de crédito. Y lo hago porque sé que su trabajo no le da para pagar ni el combustible del auto, lo hago porque es la única que se calienta en venir a verme, en preguntarme como estoy, que necesito, que me hace falta. Lo hago porque sé que el día que me toque irme de este mundo, me voy a ir tranquilo sabiendo que le dejé todo a una persona que lo va a usar para su futuro y no en gastarlo en cosas materiales para aparentar. Así que desde ahora ya sabes que nombre está escrito en mi testamento.
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Superclásico [#1]
RomanceOlivia no tuvo la oportunidad de procesar el hecho de que su novio la había dejado, no tuvo tiempo de llorar tal ruptura, ni de contarle a sus amigas cuando su Instagram explotó por las notificaciones de seguimiento. Olivia no tenía ni veinticuatro...