⚽ Capítulo cuarenta y ocho ⚽

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Luca

Sentirse fuera de este mundo era una sensación que solía golpearte cuando menos te lo esperabas. No importaba si estabas ocupado, si estabas en público, con gente a tu alrededor, en la ducha, en la cama, donde fuera; simplemente no podías evitar pegarte un viaje cuando eso ocurría. Eso me estaba ocurriendo en este preciso momento. El mundo se movía a mi alrededor; la casa estaba colmada de gente, la mayoría eran amigos, compañeros de trabajo, y el único familiar presente era Emilio.

A lo lejos podía oír las voces de las personas en la sala y el típico barullo de gente caminando por todos lados, pero aún así, no podía quitarle la vista de encima. Su pequeña manito se había cerrado alrededor de mi meñique; tenía los labios entreabiertos, los cachetes regordetes y su cabello no era más que una fina pelusilla de color negro.

Era bellísimo.

Dormía tranquilamente, no había hecho un solo ruido desde que había llegado a la casa en brazos de Emilio, y era tan pequeño que me asustaba la idea de que pudiera haber algo mal en él; pero el doctor había sido muy claro al decir que era un bebé completamente sano.

Ropita a lunares en colores blancos y azules, medias diminutas de color blanco, el conejo de peluche que su abuelo le había regalado y un montón de almohadas a su alrededor. Parecía irreal, y eso me tenía completamente enamorado. Ver cómo movía sus labios, sentir la presión de su manito sobre mi dedo, verlo respirar tan tranquilamente, todo eso me producía puntadas en el pecho, esas que solo te daban cuando algo te emocionaba demasiado.

—Hola, Sam—, le pasé el pulgar por las mejillas, sorprendiéndome por la suavidad de su piel, y recosté mi cabeza sobre la cama para verlo con más detalle. —Bienvenido a casa, hijo.

El tiempo había pasado demasiado rápido. Apenas unos meses atrás estábamos buscando nombres y ahora lo teníamos aquí, en casa y rodeado de todo el amor que podíamos darle.
Lo seguí observando hasta que sentí otra presencia a mi lado; Oliver lo miraba como si fuera lo más extraño del mundo, apretaba el peluche que tenía entre sus manos y dudaba cada vez que quería acercarse.

—Lu, viste a…oh, está aquí. —Olivia entró a la habitación y se unió a nosotros. Se sentó en el borde de la cama y clavó la mirada en Sam quien, de momento, no había soltado mi dedo. Ver eso la hizo sonreír— Buena suerte intentando hacer que te suelte. —dijo y la miré. Ella aún lo seguía mirando— Tiene una fuerza impresionante para ser un recién nacido. —sonreí.

Miré a Oliver a un lado mío y lo subí a la cama con el brazo que tenía libre. El se acercó a su hermano con curiosidad, pero se aferró a mi cuello en cuanto Sam se movió un poquito. Al parecer era demasiada información que procesar para un infante de apenas dos años.

—Parece que a alguien no le hace mucha gracia ser el hermano mayor. —Tomó a Oliver en brazos y comenzó a mimarlo de una manera que derritió mi corazón de tanta ternura.

Era una excelente madre, sabía que hacer y cuándo hacerlo, tenía una paciencia admirable y el don de actuar con tranquilidad frente a situaciones inesperadas. Todo lo contrario a mi, pues varias veces había estado al borde del infarto cuando Oliver enfermaba o se lastimaba con algo.

No exponía a los niños al público, al menos no lo había hecho con Oliver y era casi un hecho que seguiría ese mismo patrón con Samuel. La única vez que Oliver había aparecido públicamente fue cuando ingresó conmigo a la cancha, de ahí en más, los medios no volvieron a verlo.

Mantenía sus redes sociales activas, pero lo que subía tenía más que ver con su carrera, los partidos en los que iba a verme o fotos de nosotros juntos. Sabía bastante bien lo nefastos que podían ser los medios de comunicación, sobre todo en España, dónde algunos periodistas sacaban las primicias de debajo de sus axilas cuando ya no sabían qué más inventar.

—Tienen tu naríz. —pronuncié y capté su atención al instante— Oliver tiene el cabello rizado y Samuel es morochito. Si mi genética es buena, la tuya es sumamente increíble. Son bonitos porque se parecen a ti.

—Tampoco te tires abajo. —me respondió entre risas— Oliver es igual a ti, lo único que no tiene de vos, es tu enorme narizota.

—Ah bueno. —me quejé y escuché como ella se reía— Muchísimas gracias, que novia tan amorosa tengo. —se inclinó para darme un beso y, justo cuando estaba a punto de levantarse de la cama, la puerta de la habitación se abrió sin previo aviso.

—Marcos compró mal los boletos de avión y resulta que nuestro vuelo sale mañana a primera hora. —Jasmín se acercó a nosotros y le echó varias miradas de odio a Marcos, quien no hacía más que rascarse la nuca y reír con nerviosismo— Nos tenemos que ir para alistar las maletas, pero queremos ver una vez más a Samuelito antes de irnos.

Les dejé espacio y me solté como pude del agarre de Sam. Ambos se acomodaron frente a él y lo observaron con detenimiento, en especial Marcos, quien permanecía inmóvil y con los labios entreabiertos.

—¡Ay Dios, pero que cosita tan bonita! —chilló Jasmin sosteniendo las diminutas manos de Sam.

—¿No quieren fabricar otro para darnoslo? —preguntó Marcos y nosotros nos reímos— Les salen muy lindos los bebés.

—Lo siento. —dije y apoyé mi mano sobre su hombro— Pero lamentablemente, la fábrica de bebés se ha cerrado.

—No te cuesta nada, Godoy. —asentí.

—A mí no, pero a ella sí. —me acerqué a Olivia y le di un beso en la mejilla— Y si tuviera otro, no te lo daría ni cagando. —lo escuché protestar y tomé a Oliver en brazos, pues él había alzado sus manitos al aire pidiéndome que lo levantara— Hola, muñeco de papá. —le encantaba cuando lo llamaba así y lo demostraba sonriéndome y aferrándose a mi con todas sus fuerzas. Era un niño precioso, bastante grande para tener su edad, regordete y sus rizos parecían hilos dorados que brillaban con luz propia.

El resto del día nos lo pasamos con la familia, Jasmin y Marcos se habían ido luego de haber mimado por milésima vez a Oliver, haber chillado por Samuel y haberme amenazado y advertido muchas veces. A pesar de que tenía años con Olivia, ellos aún no confiaban lo suficiente en mí.

Emilio y yo nos la pasamos limpiando las cosas bajo la penetrante mirada de Olivia. No dejamos que hiciera nada, pero ella quería hacerlo todo, pues insistía que las cosas solo quedaban limpias cuando ella las limpiaba. Sin embargo, nuestra insistencia porque guardara reposo era mucho más fuerte.

Oliver comenzó a acostumbrarse a la presencia de su hermano, ya no disparaba de él cuando lo veía, se acercaba más a menudo cuando tenía curiosidad e incluso había llegado a tocarlo, aunque luego de eso salió llorando, pero al menos era un avance.

Definitivamente, tenía la familia perfecta.

Definitivamente, tenía la familia perfecta

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Superclásico [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora