I. Lara

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La gravedad hizo de las suyas una vez más y la pirueta de Lara se quedó a medias

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La gravedad hizo de las suyas una vez más y la pirueta de Lara se quedó a medias. El resto de sus compañeros seguían girando y ella acababa de tropezar por cuarta vez aquella mañana. El dolor de su tobillo tras haber fallado no era nada comparado con la vergüenza. ¿Qué hacía ella allí?

Tomó aire. Dos semanas no parecían ser suficientes para adaptarse a un nuevo entorno, y lo peor de todo era que no siempre había sido así para Lara. Había pasado por mil casas de acogida a lo largo de toda su infancia, una distinta cada semana, y no había tenido ningún problema. ¿Por qué, entonces, después de dos semanas en la Blake Academy se había quedado estancada en un bucle infinito de torpeza? Ni siquiera estaba segura de por qué alguien como miss Blake había querido aceptarla en su escuela cuando no paraba de demostrar que no era merecedora de ello.

Intentó continuar como pudo, pero el pianista de la escuela paró de tocar al mismo tiempo que su profesor gritaba:

—¡No, no, no, no! ¡Alto! ¡Basta! ¡Que pare todo el mundo! ¡¿Qué se supone que estás haciendo, Díaz?!

Maxime Villeneuve, profesor y coreógrafo de la Blake Academy, no era conocido por ser una persona demasiado agradable. Sin embargo, aquellas malas pulgas tan características parecían aumentar cada vez que Lara estaba cerca. No sabía qué tenía el señor Villeneuve en su contra, pero era capaz de imaginarse miles de motivos para odiarla. Desde su primera entrevista con miss Blake, la mirada del coreógrafo la había hecho sentirse más pequeña de lo que ya era. En aquel momento, el señor Villeneuve no necesitaba ni levantarse de su asiento para hacer que Lara se encogiera de puro miedo.

—Yo...

—¿Tú qué, eh? A ver si se te mete en esa cabecita tuya que esto no es una asociación benéfica. Por mucho que tengas una beca, si sigues siendo una inútil puedo echarte de aquí mañana mismo, ¿me oyes? —El señor Villeneuve se descompuso en su silla y se llevó las manos al rostro—. No puedo trabajar con este material, no puedo.

Lara sentía las miradas de sus compañeros clavadas en ella. James Moore, Elsa Hastings e incluso Catherine Bridge la miraban impasibles. Todos aquellos bailarines brillantes la conocían por su torpeza. Lara Díaz la inútil, la tonta, la becada que no se merecía estar allí. Maxime se había encargado de dejar todo esto marcado a fuego en el cerebro de toda Inglaterra. Los ojos comenzaron a escocerle.

¿Qué pensaría su padre de ella si pudiera ver el desastre que tenía por hija? Lara casi podía imaginarse sus palabras de consuelo, siempre bueno y reticente a regañarla. Su padre siempre había sido demasiado indulgente con ella y el solo pensar en él hacía que sus ganas de llorar se incrementasen. Le echaba de menos, él...

No, no podía pensar en eso ahora.

El señor Villeneuve se recuperó de su repentino ataque de nervios con rapidez e hizo un gesto al pianista para que continuara tocando.

—Adelante, maestro. Desde arriba.

La música volvió a sonar desde su inicio y los bailarines se apresuraron a colocarse en sus posiciones. Lara sentía los músculos pesados, como si no le perteneciesen. Estaba segura de que si no estuviera haciendo ejercicio se le estarían cerrando los ojos. Después de haberse quedado trabajando hasta tarde, lo único que quería era dormir. Alargó la mano a la diagonal y la acompañó con la cabeza.

Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora