Con los ojos cerrados, Luca tomó aire y dejó que la música lo arrastrara consigo. No podía decirse que él fuera un gran fanático del ballet —irónico si tenían en cuenta que estaba destinado a dirigir un teatro—, pero sí que se consideraba un experto en lo que a reconocer el arte se refería. Al fin y al cabo, el arte no dejaba de ser un reflejo de lo que las personas guardaban en su interior.
Llevaba semanas acudiendo a los ensayos de la obra de su tío. Aunque al principio Lara era su único motivo para pasar mañanas enteras en el Isabel I, no había tardado en darse cuenta de lo mucho que disfrutaba al ver la evolución del resto de bailarines. Sus cuerpos flotantes en el escenario y sus expresiones de pura felicidad eran lo único que necesitaba Luca para quedarse.
La música se detuvo y el aura de tranquilidad que envolvía al italiano se disipó con la misma rapidez. Sus párpados se abrieron poco a poco, perezosos. Tardó unos cuantos segundos en volver a asentar la vista al ambiente luminoso del teatro: tapizados rojos y dorados o focos que destacaban las figuras de los bailarines sobre el escenario. Si no fuera por el crujir del suelo al caminar, Luca nunca habría sido capaz de adivinar que aquella maravilla arquitectónica era, en su mayoría, de madera. Sus ojos terminaron de enfocar justo a tiempo para presenciar cómo Julie, la coreógrafa de su tío, daba indicaciones a Alice Collingwood, que asentía con la espalda recta y los brazos a la espalda.
Alice Collingwood. Lara le había comentado que tenía una hermana mayor que causaba sensación allá donde iba, pero Luca se negaba a creer que la belleza de esa mujer superara al magnetismo que tenía Alice a la hora de bailar. La admiraba por ser capaz de complementar el arte de la música con el de su cuerpo, aunque, después de haber intercambiado un par de palabras con ella, estaba claro que no era una persona muy agradable.
Parecía trabajadora y obstinada, dos características que no casaban bien con la personalidad despreocupada de Luca. No tenía claro que pudieran llevarse bien, por mucho que la bailarina hubiera tenido el detalle de contratar a Lara, la que no había tardado en convertirse en la mejor amiga de Luca en Londres. La misma Lara que observaba la escena a su lado, sin pronunciar palabra y guardando una pequeña distancia de seguridad entre ambos. Luca no se lo tomaba como algo personal.
Todos sus recelos hacia Alice desaparecieron en cuanto la orquesta retomó su trabajo. La imagen del cuerpo de la bailarina moviéndose al son de la música era capaz de eliminar cualquier sentimiento negativo hacia ella. No hacía falta pensarlo mucho para darse cuenta de que, aparte de su amistad con Lara y la relación con su tío, Alice Collingwood era el otro motivo por el que no le disgustaba no haberse perdido ni un ensayo de la obra.
Esbozó una media sonrisa y concluyó que sentía un poco de envidia hacia ella. A veces, le daba por pensar que le habría gustado ser artista de algún tipo, ser alguien más allá de un actor secundario. Lo único que llamaba la atención de él era la cicatriz que le recorría media cara, y eso ni siquiera era un recuerdo bonito. De todas formas, con el tiempo había aprendido a conformarse con el mundo del teatro, las luces y la escenografía. Se adecuaba bastante a su personalidad el ser un observador desde las sombras, la mano invisible detrás del arte.
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Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024
Teen FictionDos años después del suceso que la marcó para siempre, Lara Díaz no espera mucho de la vida. Ahora, con una beca, marcha a Inglaterra a estudiar ballet con la intención de que su padre se sienta orgulloso de ella. Alice Collingwood, por su parte, es...