XII. Alice

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Alice caminaba por los pasillos de la academia con la esperanza de que nadie más hubiera tenido la misma idea que ella

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Alice caminaba por los pasillos de la academia con la esperanza de que nadie más hubiera tenido la misma idea que ella. En realidad, no solía llegar antes del comienzo de las clases, pero aquel día no había tenido más remedio que hacerlo si no quería acabar encerrada en un manicomio. Había vuelto a discutir con sus padres y comenzaba a preguntarse si alguna vez habría un día en el que no lo hicieran.

Aquella vez, a pesar de orbitar alrededor del mismo tema de siempre, el motivo había sido algo distinto. Así sus discusiones no serían monótonas. Podrían seguir gritándose hasta el fin de sus días, o hasta que por fin sus padres aceptasen que no pensaba cambiar su plaza en la Blake Academy por una en una facultad de Derecho o Administración de Empresas.

Esa misma mañana, Alice se había despertado antes que de costumbre y, ante la perspectiva de aburrirse mirando al techo sobre su cama, había decidido levantarse a desayunar. Una vez en el salón-comedor, había llamado a gritos a Sarah, pero por más que ella chillase, su principal asistenta no había aparecido. Al escuchar un ruido procedente de la salita contigua, creyó que podría tratarse de una pista sobre el paradero de su confidente. Sin embargo, nada más entrar a la estancia, en lugar de con Sarah se había topado con sus padres sumidos en un silencio pesado. La señora Collingwood miraba al suelo con una expresión de profunda tristeza mientras que el señor Collingwood, separado de su mujer por un par de metros, sostenía el periódico con tanta fuerza que los laterales estaban arrugados. A juzgar por su mirada perdida, Alice estaba segura de que en realidad no lo había estado leyendo.

—¿Interrumpo algo? —había aventurado, sin obtener respuesta.

El señor Collingwood había pasado una hoja del periódico sin apenas prestar atención a la página que se había saltado. Alice había suspirado.

—¿Sabéis dónde puede estar Sarah?

Las manos de su padre se habían aferrado aún más al periódico. Alice sabía que, si alguien acababa respondiendo, ese no iba a ser él. Había decidido cambiar de estrategia.

—Mamá, tengo que desayunar y no encuentro a Sarah por ningún sitio. ¿Dónde...?

—Tu padre y yo la hemos despedido.

—¿Qué?

En aquel momento, el señor Collingwood había despertado de su letargo para volver a golpear la mesa con el periódico, el mismo gesto que había escuchado Alice desde la sala adyacente. Ella había dado un paso atrás.

Los ojos de su padre se habían salido de sus órbitas cuando él se había puesto en pie. A su lado, Alice se había sentido como poco menos que una muñeca de porcelana, pequeña y frágil.

—¡¿Cómo que qué?! —la había increpado—. ¡¿Te crees que somos imbéciles?! ¡Sabemos que lleva meses encubriéndote!

De pronto, había sido como si su estómago pesara más que de costumbre. Si hubiera tenido un asiento a sus espaldas, Alice estaba segura de que se habría dejado caer, y no como sabía que debía hacerlo una señorita. Con sus últimas fuerzas, se había obligado a contestar.

Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora