III. Lara

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Faltaban dos días para la visita de Ebenezer Tremblay y los nervios de Lara no hacían más que aumentar, aunque esto tenía poco o nada que ver con el asunto del teatro

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Faltaban dos días para la visita de Ebenezer Tremblay y los nervios de Lara no hacían más que aumentar, aunque esto tenía poco o nada que ver con el asunto del teatro. Al día siguiente del anuncio de miss Blake, tras una dura jornada en la que había conseguido no tropezar sobre el resto de bailarines, tuvo la necesidad de salir a paso rápido de la academia. Sin hablar, sin cruzarse con nadie.

Una voz en su cabeza no paraba de repetirle que no podía seguir así, que no podía huir cada vez que se presentase ante ella una decisión importante. Sin embargo, se sacudió aquellas palabras de encima con la misma facilidad con la que se deshacía del recuerdo de su padre. Huir era tal vez una palabra muy fuerte. Ella no huía de nada, sino todo lo contrario. Le gustaba el pasado porque en sus recuerdos nunca tenía que elegir. El pasado era fácil y ella desde luego que no huía de él. Si aquellos a los que había hecho daño venían a por ella, Lara se abrazaría a sí y misma y se dejaría hacer. Había sido muy cruel y se merecía todo lo que pudiera ocurrirle.

No fue consciente de estar corriendo de verdad hasta que la academia hubo quedado tan atrás que apenas era un edificio más entre las fachadas londinenses. Regresó a casa, después al trabajo y por último cayó rendida sobre su cama, demasiado cansada como para pensar en algo que no fuera el dolor de sus piernas. Tras ese día, salir corriendo al terminar las clases terminó por convertirse en su rutina. Ni siquiera podía considerarse que corriese por un motivo concreto. Si algo deseaba por encima de todo era que su vida dejase de parecer una carrera de obstáculos en la que, de alguna manera, ella siempre iba perdiendo.

¿En qué estaba pensando cuando había aceptado la beca y se había mudado a Inglaterra? único que estaba consiguiendo era hacer el ridículo ante todos y estaba a un solo paso de ser expulsada. Podía imaginarse la cara de Alice Collingwood si eso llegaba a ocurrir: una sonrisa irónica en su estúpida y perfecta cara. Apenas tenía fuerzas para odiarla si no podía culparla por tener razón. Lara no se merecía estar allí. Quizá todo iría mejor si ella desaparecía, o al menos dejaría de ser una molestia para todos. Cada vez que llegaba a aquella conclusión, el rostro de su padre aparecía ante ella y decidía que ya era hora de volver al cuchitril que tenía como habitación.

A dos días de la visita de míster Tremblay, Lara salió a correr de nuevo. Los mismos pensamientos de siempre la acosaban y ella sabía que debía volver a casa. No obstante, ese día sus pies no parecían responder a sus órdenes. Estaba a miles de kilómetros de su verdadero hogar y a una distancia desconocida de su padre. Se preguntó qué habría sucedido con su alma. ¿Estaría allí ahora, con ella? Desde luego, se sentiría menos sola si tuviera a alguien con quien desahogarse. Antes de que pudiera darse cuenta, su cuerpo entero estaba temblando y las lágrimas formaban una cascada en sus mejillas.

Apenas miraba por dónde iba. Giró una esquina, tal vez dos. De pronto, chocó con algo, o alguien, y escuchó una exclamación antes de sentir como su piel comenzaba a arder, todo unido a un fuerte olor a café. Soltó un jadeo más sorprendido que dolorido a la vez que, como siempre, era incapaz de contener el llanto.

Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora