XI. Lara

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A cada día que pasaba, mirar a Luca a los ojos era más difícil

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A cada día que pasaba, mirar a Luca a los ojos era más difícil. El chico del café, aunque Lara no quisiera admitirlo, se había convertido para ella en un buen amigo. Le enternecía ver que se preocupaba por ella, y más de una vez se había planteado contarle la verdad sobre todo. Pero, ¿cómo hacerlo sin hacer volar por los aires toda su vida?

Si Luca supiera lo que ella había hecho, tal vez no se lo perdonase nunca. El italiano había demostrado ser la encarnación misma del bien, incapaz de mostrar odio hacia nadie, y Lara no quería ser la causa de la caída en desgracia de su amigo. Y, muy en el fondo, quería creer que, si se portaba bien con el chico del café, podría arreglar lo que había ocurrido con el chico de los ojos azules. No pensaba permitir que se repitiera la historia.

Diego. El otro día había estado cerca de echarlo todo a perder. Habían pasado dos semanas desde que Luca había vuelto a insistir en que le contara su secreto y, desde entonces, el fantasma de Diego no había hecho más que perseguirla aún más que de costumbre. Maldito Diego y maldito el momento en el que lo conoció.

El odio al que había dado paso la tristeza anterior resultaba ser casi tan abrumador como la culpa. Odiar no era algo nuevo para Lara —tenía muy claro que se odiaba a sí misma—, pero aquello de odiar a los demás, a Diego, el que una vez había sido tan importante para ella, era lo más novedoso que le había ocurrido después de haber llamado la atención de Diane Blake. Ni siquiera la sensación de estar decepcionando a su padre era capaz de apartar sus dudas, su miedo, su odio, su culpa. Había descuidado por completo los ensayos y aquello le iba a pasar factura, lo sabía, pero era ya tarde para remediarlo. Estaban a día diez de diciembre, día de las audiciones, y Lara estaba de camino al teatro.

Apenas recordaba la última audición que había tenido, tres años atrás, pero recordaba a la perfección lo que había sucedido al salir de ella. Su ilusión, el brillo que vio reflejado en sus ojos mientras se enjuagaba la cara tras haber salido de la sala en la que había sido examinada, la había embriagado por momentos. En su cara había dibujada una sonrisa que tardaría mucho más en irse que los restos de maquillaje. Recordaba haberse cambiado todo lo rápido que había podido y recordaba también haber corrido escaleras arriba, donde la esperaba su padre, al que había abrazado con toda la fuerza que había sido capaz de reunir. Aunque su madre de acogida no había tardado en interponerse entre ambos, a Lara no le había importado. Aquel día no.

Se había despedido de su padre con un beso justo antes de subirse al coche con su madre de acogida, a la que había pedido que la llevara al centro, a su restaurante favorito, allí donde sabía que se encontraba Diego. Su sonrisa había flaqueado algo durante el camino, pero había vuelto a brotar al reconocerlo a lo lejos, esperándola apoyado en un edificio. El coche se había detenido y ella había saltado fuera.

Diego tenía un pelo negro muy revoltoso, lo primero en lo que ella se había fijado al conocerlo. Era alto, tal vez algo desgarbado y flacucho, pero su carita risueña le daba un aire inofensivo por mucho que, con los años, se lo viera cada vez más triste, más apagado.

Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora