Maxime había dejado la bebida. Se lo había prometido a sí mismo después del desastre del 2012, cuando había despertado con un desconocido entre sus brazos que a punto había estado de demandarlo por algo que ni siquiera recordaba haber hecho la noche anterior. Habría resultado un escándalo en la escuela si hubiera llegado a oídos de la junta directiva.
Era un hombre demasiado afortunado como para creerse su suerte. O lo sería si Diane no perteneciera al selecto grupo de personas que conocían su problema con el alcohol. Maxime temía que esa información saliera a la luz tras lo que tenía pensado para una de sus más viejas amigas. Se aferraba a la nobleza de Miss Blake: ella nunca sería capaz de delatar al que había sido su protegido durante tantos años, ¿verdad?
De todas formas, ahora no tenía sentido pensar en ello. Lo único que importaba era que, tras muchos años de sobriedad, en parte era por ella por lo que estaba de nuevo con un vaso de whiskey entre las manos. El resto del trabajo se lo dejaba al hijo de su amigo Pepe, que había llegado a su vida en el peor momento posible. Ni siquiera borracho era capaz de confiar en él.
—¿Va a ser algo más, señor?
Maxime levantó la cabeza, aunque con lo ebrio que estaba le fue imposible mirar más de tres segundos seguidos al tabernero. A pesar de eso, arrastró su vaso en su dirección y, cuando el hombre volvió a llenárselo de whiskey, se lo bebió todo de un trago. El tabernero tuvo la decencia de dejarle la botella al lado antes de despedirse con una inclinación de cabeza y marcharse a atender a otra persona. Maxime se acercó la botella a la nariz y olisqueó su contenido. Tuvo que apartar el rostro debido al olor.
Odiaba estar allí.
Cuando era niño, su institutriz Antoinette solía decir que solo los peores hombres usan el alcohol para ahogar sus penas. Maxime estaba seguro de que aquella vieja llevaba años muerta y, sin embargo, no podía evitar preocuparse por lo que pensaría de él si lo viera en esa situación, su mirada de desaprobación si supiera todo lo que había hecho desde que su marcha de aquel pequeño pueblo en la campiña francesa. Error tras error, fallo tras fallo, y, de alguna manera, todo acababa conduciéndolo allí, llorando frente a una botella de whiskey del malo en un bar de mala muerte.
Pero al final, todo valdría la pena.
No podía olvidar su verdadero objetivo: el baile era su vida y no podía soportar que, por una mala administración, la escuela que lo había acogido en sus peores momentos se estuviera yendo al garete. Él la gestionaría mucho mejor si fuera el director, no había duda. Le dolía tener que prescindir de Diane, pero era un mal necesario si quería devolver a la academia a su antiguo esplendor. La pobre Diane, siempre atenta a cada esquina, iba a ser un hueso duro de roer. Sería muy complicado demostrarle a la junta de accionistas su incapacidad para ocupar el puesto.
Aún recordaba la primera vez que la vio.
Había pasado meses planeándolo y al fin se había atrevido a escapar de casa a la edad de dieciséis años. Cuando sus padres lo encontraron en Inglaterra, unos meses después, ya sería tarde para que regresara. Había ahorrado lo suficiente para emprender un viaje de no retorno a Inglaterra y no pensaba permitir que nadie se lo truncara. Se había puesto a sí mismo la excusa del baile, pero lo cierto es que necesitaba ser libre, labrar su propio camino.
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Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024
Teen FictionDos años después del suceso que la marcó para siempre, Lara Díaz no espera mucho de la vida. Ahora, con una beca, marcha a Inglaterra a estudiar ballet con la intención de que su padre se sienta orgulloso de ella. Alice Collingwood, por su parte, es...