Cuatro años antes
Lo mirase por donde lo mirase, la cama era incómoda. No importaba su mullido colchón, ni su robusta estructura, libre de todo ruido cada vez que se movía; Lara dormía mal siempre que lo hacía allí, en una habitación compartida con una veintena de otros niños, rodeada por la más absoluta oscuridad. Aquella vez no fue la excepción. Era su primera noche y las primeras siempre eran las más duras. Por si fuera poco, como si la historia no se cansara de repetirse a sí misma, aquella era la cuarta primera noche del mes.
Con la mirada perdida en el techo, llevaba horas intentando provocar algún tipo de chirrido, el que fuera, con tal de molestar al resto de ocupantes del dormitorio y así no pasar una vigilia tan aburrida. Si al menos consiguiera despertar a un niño pequeño, este iría corriendo a avisar a los trabajadores y Lara pasaría un rato entretenido. Se revolvió una vez más, sin conseguir su objetivo. Las patas metálicas de la cama parecían hechas de gomaespuma.
Sí, sin duda alguna odiaba dormir allí.
Repasó los hechos de los últimos días a la busca de un error en su comportamiento que la hubiera llevado de nuevo al Hogar en un tiempo récord, incluso para ella. Cinco días eran los que había aguantado la última familia de acogida a su cargo antes de devolverla a aquella cárcel de buenos propósitos y malas personas. Habían tomado esa decisión tras descubrirla rompiendo un jarrón de porcelana. Carísimo, al parecer. Tal vez su madre de acogida no se habría encolerizado tanto si ella no la hubiera mirado con una enorme sonrisa, el jarrón roto a sus pies.
—¿Qué se supone que estás haciendo, niña? —le había reclamado la mujer, ante lo que Lara había respondido tan solo tirando un cisne de vidrio que había a su lado, sin que su sonrisa flaqueara en ningún momento.
Menos de doce horas después, la habían dejado caer frente al mugroso cartel que rezaba «Hogar de Primera Acogida 'La Almudena'» como si de un paquete bomba se tratase.
Lara suspiró y se tapó el rostro con la almohada. Se había comportado como una horrible persona con la esperanza de que aquello fuera suficiente para que el juez le devolviera la custodia a su padre, como siempre debería haber sido. Y, sin embargo, allí estaba de nuevo: muerta de asco en una cama perfecta sin poder conciliar el sueño. Tendría que esforzarse más la próxima vez, aunque Lara comenzaba a dudar que quedara alguien en todo Madrid con ganas de adoptarla.
Odiaba aquel sitio con toda su alma. Odiaba las miradas condescendientes por los pasillos, como si estuviera rota y desamparada, como si los necesitase para sobrevivir en un mundo que aún le quedaba grande. A sus catorce años y tras tres largos inviernos entre orfanatos y familias de acogida, nunca había estado tan segura de que a quien verdad necesitaba era a su padre, por mucho que un juez afirmara que no estaba capacitado para cuidar de ella. Le decían que no tenía ni trabajo, ni casa, ni dinero suficiente para cuidar de ambos, como si a ella le importara el dinero. No le preocupaba tener que buscarse la vida; sabía que saldrían adelante, como siempre lo habían hecho cuando ella era pequeña, antes de que la arrebataran de su verdadero hogar. Odiaba lo que aquel lugar significaba para ella y que la hubieran traído de vuelta no significaba otra cosa que un nuevo fallo. Lejos de papá, una y otra vez. Siempre la misma historia.
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Nuestro último baile [EN PROCESO] #PGP2024
Teen FictionDos años después del suceso que la marcó para siempre, Lara Díaz no espera mucho de la vida. Ahora, con una beca, marcha a Inglaterra a estudiar ballet con la intención de que su padre se sienta orgulloso de ella. Alice Collingwood, por su parte, es...