En la tormenta del alma, ira arde, un fuego que consume sin piedad.
Sus llamas danzan, feroz vendaval, devorando paz, dejando soledad.
En ojos encendidos, chispas de furia, se refleja el eco de un volcán.
Palabras afiladas, como daga oscura, cortan el silencio con cruel afán.
La ira, bestia indómita, sin bozal, se desboca en la selva de emociones.
Ruge con fuerza, sin tener igual, destruyendo puentes, sembrando divisiones.
Mas en la calma que sigue al estruendo, se halla la pausa, la reflexión.
La ira, efímera como el viento, deja tras de sí la sombra de la lección.