En el escenario de la vida, el ventrílocuo entrelaza sus hilos, humo danzante que se desvanece en giros sigilosos.
Un amén se cuela entre los pliegues del aire,
mientras la tierra, imperturbable, sostiene el espectáculo con su calma.
Con sus manos hábiles, el titiritero da vida a las palabras, marionetas de emociones, actuando en tramas variadas.
La tierra, como testigo eterno, absorbe cada narración, un tapiz de relatos que se entrelazan en su vasta creación.
Fugacidad impresa en el ballet del humo que se eleva, historias efímeras, como destellos en la niebla.
El amén resuena como un eco en la oscuridad, una reverencia a lo efímero, a la fugacidad.
En el teatro efervescente de la existencia,
el ventrílocuo interpreta la danza de la coherencia.
La tierra, firme en su ser, sostiene el escenario, mientras el humo se disuelve, dejando un eco necesario.Michelle Yo