𝙲𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 𝙸𝚅

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—¡Ofrezco 60!

—¡Ofrezco 80!

—¡100 por la jovencita!

Todos los hombres que asistían a la subasta ofrecían su dinero para comprar a Lucy. El dinero aumentando en grandes cantidades y las voces oyéndose cada vez más fuertes para incrementar su propia puja.

—¡Yo doy 120!

—¡150!

—¿Alguien ofrece más? —preguntó el señor que orquestaba la subasta. Sonrió con alegría cuando no escuchó a nadie sobrepasar el último monto.

Recibió un pequeño cartel que le entregaron las otras personas que organizaban la subasta, y lo colgó en el cuello de Lucy como un collar.

"Vendida"

El hombre luego la tomó de los brazos y la bajó del escenario casi de un empujón. Luego volvió en sus pasos y llevó a Eustace al frente.

—Y ahora, por este... fino espécimen —lo presentó —, ¿quién abre la subasta?

—Mejor traigan a la chica —un hombre del público apuntó a Helena con su bastón, y el resto de ellos chifló apoyándole. Ella solo pudo ofrecer su mejor cara de disgusto, y para su desgracia, el hombre le tiró un beso a cambio.

Asqueroso.

—Vamos, caballeros —dijo el presentador, riendo un poco —. Puede ser pequeño, pero él es fuerte.

—Sí, muy fuerte —hablo uno, entre risas —. Huele peor que el trasero de un minotauro.

—¡Esa es una mentira denigrante! —exclamó Eustace al instante —Gané el concurso de higiene por segundo año consecutivo.

—¡Vamos, hombres! —intentó animarles el presentador —¡Hagan una oferta!

Un señor con una gran capucha tomó la delantera y se ubicó en frente de todos. Llevaba la cabeza gacha y no se le veía el rostro por culpa de la ropa, pero parecía sospechoso.

—Yo me llevaré al muchacho —dijo, llamando la atención de todos, y en una voz que le resultaba extrañamente familiar a Helena —. De hecho, me los llevaré a todos.

El hombre misterioso se sacó la capucha y reveló a Reepicheep sobre el hombro de Drinian. Luego, unos cuantos hombres más, que Helena reconoció de la tripulación, imitaron su gesto, descubriéndose el rostro y sacando sus espadas.

—¡Por Narnia!

En menos de un segundo, y en medio del puerto, se había creado un campo de batalla.

Helena vió al hombre que le había gritado minutos atrás intentando huir de la escena, y corrió detrás de él para alcanzarlo. Y aunque se le hacía un poco inestable correr con las manos esposadas, el hecho de que el hombre llevara bastón le favorecía. Lo atrapó por detrás -literalmente saltando sobre su espalda- y puso la cadena de las esposas en cuello, jalando hacia sí misma para poder ahorcarlo.

El hombre llevó las manos hasta arriba e intentó golpearla, incluso con el bastón, para al menos intentar quitársela de encima.

—¡Suéltame, estúpida! —exclamó con desespero y la voz estrangulada.

—¡Es "Su Alteza", imbécil!

—¿Una ayudita? —Helena miró hacia un lado en busca de la voz que le habló, sin distraerse y manteniéndose firme al apretón que daba al cuello del hombre. Reepicheep la veía desde el suelo con una sonrisa divertida.

—No estaría mal.

Reepicheep se puso frente al hombre, avanzó dos pasos y enterró dos veces su espadita -del porte de un alfiler- en su entrepierna.

𝘓𝘰𝘷𝘦 𝘉𝘦𝘵𝘸𝘦𝘦𝘯 𝘜𝘴 - 𝙴𝚍𝚖𝚞𝚗𝚍 𝙿𝚎𝚟𝚎𝚗𝚜𝚒𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora