𝙲𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚅𝙸𝙸𝙸

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—Edmund —murmuró. Con su voz tan tranquila y tenebrosa como él la recordaba —. Edmund.

Abrió los ojos aún acurrucado bajo las mantas y aprisionado por la hamaca en la que dormía. El aire fuera de las frazadas parecía ser frío, mucho más frío del que hubo cuando se fué a dormir. Y aunque no lo podía sentir por el cobijo de sus sábanas, lo podía intuir por el vaho que salía de sus labios con cada exhalación.

—Edmund, ven conmigo.

Miró hacia un lado y luego hacia el otro, pero no parecía estar allí. Como si en realidad fuera sólo producto de su imaginación. Miró hacia sus pies, hasta el final de la hamaca, y su respiración se cortó cuando la vió de pie allí.

Tan pálida y tan delgada como sabía que era, y también con esa exótica belleza que opacaba su verdadera y horrible personalidad.

Jadis, la Bruja Blanca, le sonreía con amabilidad y estiraba su mano hacia él en un gesto que casi parecía cariñoso.

Un escalofrío lo recorrió hasta la cabeza y erizó su piel en respuesta.

—Vamos, Edmund. Ven conmigo —insistió —. Sé mi Rey.

—N-no eres real —habló bajo, y tragó duro. No pudo evitar que la voz le saliera temblorosa.

—Vamos, Edmund. Conmigo podrás gobernar en paz. Serás el primero al mando.

Jadis se acercó despacio, pasando la punta de sus dedos sobre la tela de la hamaca y escarchando el recorrido que hacía por la orilla. Edmund intentó moverse y tomar la espada que había dejado en el suelo, pero se sentía aprisionado por su hamaca como si estuviera encerrado en un capullo.

—Jamás iría contigo —dijo Edmund, intentando liberarse de algún modo —. Podré no estar al mando, pero sigo siendo importante para las personas que me quieren. Para Lucy, Caspian, Helena...

Jadis rió despacio, mirándolo a los ojos y alcanzando su cara para pasar el dorso de su mano suavemente por su mejilla. Su piel estaba demasiado fría que parecía estar muerta. Tan helada como un témpano de hielo.

—Ay, Edmund, ¿estás seguro de eso? —preguntó, antes de estrujar ambas mejillas con la mano que lo había acariciado. Apretando lo suficiente entre sus dedos como para arrancarle un quejido a Edmund. Luego, lo obligó a mirar hacia el lado. Hacia la hamaca en la que Caspian dormía —Tú ya sabes toda la verdad.

Había movimiento en la hamaca, y a pesar de que la habitación estaba algo oscura, a él solo le tomó unos segundos reconocer las figuras que habían allí. Especialmente porque podría reconocer la voz de Helena en cualquier lado.

Ella estaba en la hamaca de Caspian, frotándose sobre él. Ambos se besaban salvajemente y acariciaban sus cuerpos con pasión mientras jadeaban y gemían con cada roce que se proporcionaban.

—¿Helena? —susurró Edmund, impactado. Sabía que era un sueño, pero se veía demasiado real para su sanidad.

Tal vez porque lo fué. En algún momento.

Ella giró la cabeza cuando Edmund la llamó, más nunca dejó de besar a Caspian. Solo se enderezó para poder mirarlo a los ojos y sonreír cínicamente. Luego cerró los ojos otra vez y disfrutó de los besos que Caspian dejaba en su cuello mientras ella jadeaba encantada por las caricias que él le dejaba.

—Míralos, Edmund —se burló Jadis —. ¿Tú realmente creías que les importabas? ¿Tú? —Edmund cerró los ojos cuando la bruja ajustó el agarre en sus mejillas, y los apretó con dolor cuando escuchó a Helena gemir el nombre de Caspian —. Jamás serás la primera opción.

𝘓𝘰𝘷𝘦 𝘉𝘦𝘵𝘸𝘦𝘦𝘯 𝘜𝘴 - 𝙴𝚍𝚖𝚞𝚗𝚍 𝙿𝚎𝚟𝚎𝚗𝚜𝚒𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora