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Cuando me despierto, tardo unos momentos en darme cuenta de que sigo en el sofá.

— ¿JungKook?

Me desenrosco de la manta y voy al dormitorio para ver si está allí. Está vacío. «¿Dónde diablos se habrá metido?»

Vuelvo a la sala de estar y cojo el móvil de detrás del sofá. No tengo ningún mensaje y son las siete de la mañana. Lo llamo pero salta el buzón de voz. Cuelgo. Corro a la cocina y pongo en marcha la cafetera antes de ir al baño a darme una ducha. Es una suerte que me haya despertado a tiempo porque se me olvidó poner la alarma. Nunca se me olvida poner la alarma.

— ¿Dónde te has metido? —pregunto en voz alta metiéndome en la ducha.

Mientras me seco el pelo busco posibles explicaciones para su ausencia. Anoche creía que simplemente se había liado con el trabajo porque tenía mucho pendiente. También es posible que se haya encontrado con un conocido y haya perdido la noción del tiempo. ¿En la biblioteca? Las bibliotecas cierran temprano, y hasta los bares cierran por la noche. Lo más probable es que se haya ido de fiesta. De algún modo sé que eso es lo que ha pasado, aunque a una pequeña parte de mí le preocupa que haya tenido un accidente. No quiero ni pensarlo. No obstante, busque la excusa o la explicación que busque, sé que está haciendo algo que no debería. Todo iba muy bien ayer, ¿y ahora coge y se larga y no aparece en toda la noche?

No estoy de humor para ponerme un traje elegante. Cojo uno de mis viejos jeans holgados y una camiseta.

El cielo está encapotado durante todo el trayecto y, para cuando llego a Vance, estoy de un humor tan negro como los nubarrones. «¿Quién demonios se cree que es para pasarse por ahí toda la noche sin avisarme siquiera?»

Alice levanta una ceja al verme pasar junto a la mesa de los donuts sin coger uno, pero le dedico mi mejor sonrisa falsa y me meto en mi despacho. Me paso la mañana ofuscado. Leo y releo las mismas páginas una y otra vez sin comprender ni una palabra. Llaman a la puerta y se me para el corazón. Deseo con todas mis fuerzas que sea JungKook, a pesar de lo cabreado que estoy con él.

Es Alice.

— ¿Te apetece que comamos juntos? —me pregunta con dulzura.

Estoy a punto de rechazar su ofrecimiento, pero quedarme aquí obsesionándome con el paradero de mi novio no me va a ayudar en lo más mínimo.

— Claro. —Sonrío.

Doblamos la esquina y entramos en una especie de cantina mexicana. Estamos temblando de frío, y Alice pide que nos den una mesa junto a una estufa. Es una mesa pequeña pero está justo bajo uno de los calefactores, y ambos levantamos las manos para que el aire tibio nos las caliente.

— Este tiempo no tiene clemencia —dice mi compañera, y se queja del frío y de lo mucho que echa de menos el verano.

— Ya casi había olvidado el frío que hace en invierno —convengo. Las estaciones se han fundido unas con otras y apenas me he dado cuenta de que se estaba acabando el otoño.

— Bueno... ¿Cómo va todo con el chico malo? —me pregunta con una carcajada.

El camarero nos trae nachos y salsa y me rugen las tripas. No pienso volver a saltarme mi donut matutino.

— Pues...

Me planteo si debo contarle mi vida personal. No tengo muchas amigos. En realidad, ninguna, excepto Momo, a la que ya no veo nunca. Alice es por lo menos diez años mayor que yo, y es posible que entienda mejor cómo funciona mas a fondo la mente masculina.

Miro al techo, que está cubierto de luces en forma de botellín de cerveza. Respiro hondo.

— La verdad es que en este momento no estoy muy seguro de cómo van las cosas —me sincero—. Ayer todo iba bien, pero anoche no vino a dormir. Era nuestra segunda noche en el apartamento y no apareció por casa.

KOOKGI : DESPUÉSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora