Kit Walker

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Hoy era mi primer día en el manicomio Briarcliff. Me había postulado para la posición de psicóloga. Sabía que iba a ser un trabajo difícil dado la gente con la que iba a tratar pero Dios me había enviado. Sentí su llamado la noche de los destellos cegadores, luces que provenian de afuera parpadeaban e iluminaban toda mi casa. Nunca sentí tanto pánico en mi vida, los muebles se movían, el piso temblaba, era un horror. Esto duró unos 5 minutos para que después todo vuelva a la normalidad. Lo que más terror me dio fue que esa misma noche me hayan notificado que mi vecina que había desarrollado muchos problemas mentales, entre ellos depresión, se había quitado la vida.

Nunca fui amante de las supersticiones pero lo que pasó no fue en vano, según yo. Algún significado tenía que tener: un suicidio y un llamado divino en una misma noche no eran casualidad, no para mi. Mi especulación es que cierta deidad buscaba mi atención para ayudar a la gente débil y con heridas psicológicas, por eso estudie psicología. Me sentía muy capaz de cursarla, además de que siempre tuve notas altisimas y estaba en un punto de mi vida que no tenía idea de como seguir mi vida luego del secundario.

Ahora heme aquí. Justo donde Dios quería que este. Al frente de una gran construcción de color ladrillo, ventanales verticales y con techo triangular.

Espero saber que el destino que me impusieron me lleve por buen camino.

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— ¿Claire Benett? — cuestionó la monja rubia y asentí — Británica — murmuró mirando mi curriculum.

A decir verdad esta mujer me ponía nerviosa. Jude. Jude no era tan amable a comparación de la dulce hermana Mary Eunice.

De repente, Jude me entregó una bolsa transparente con ropa negra. Confundida abrí la boca para decir algo pero antes de que diga nada habló.

— Serás monja, el puesto de psiquiatra está ocupado — aclaró sin ganas acercándose a la puerta.

— Pero soy psicóloga — reproché, estaba a punto de enojarme.

— ¡Eso no sirve aquí! — gritó cerca mio.

La observé por unos segundos callada. Ya había llegado hasta aquí pero no podía ser monja, no estudie esas disciplinas.

— ¡Sin peros! Ya vete, solo haz algo — protesto sin mirarme para luego darme la espalda.

Desde ese momento entendí que nunca la debía molestar. Sin rechistar, me retiré del cuarto.

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La hermana Mary Eunice me dio una guía de lo que es el edificio. Desde las bañeras con agua caliente, cuyo significado no entendía aún, hasta la sala en la que se reúnen cada día, la del tocadiscos, que tocaba la misma melodía cada día.

Evan Peters - One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora