⩩💨໑₊ꗃ ── Diaspora | "Es la gente
que amas la que está destinada a
ser temporal en tu vida."
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Cuando Eywa entrelaza los caminos de dos almas en apuros, es porque estas dos tienen un propósito más grande que ellas m...
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En la distancia, una cuerno de alarma anunció la llegada de los Tulkun al pueblo Metkayina, así como también a los Artikuyen.
Luna'pey miraba con determinación desde lo alto del risco mientras los Tulkun, los hermanos espirituales del pueblo Metkayina, se acercaban a toda marcha desde mar abierto. El pueblo de la Tundra observó cómo cada na'vi salía de su hogar y llenaba los caminos de la Aldea con una energía vibrante. Los niños corrían con entusiasmo, los ancianos se reunían en círculos de conversación, y los guerreros intercambiaban miradas de complicidad antes de saltar al arrecife y acortar la distancia entre ellos y los recién llegados. Era un momento de unión y emoción palpable que fluía a través de la comunidad, y al cual los líderes del clan residente los habían invitado.
Las enseñanzas ancestrales resonaban en la mente de Luna'pey, recordándole la importancia de la armonía con la naturaleza y la conexión con los Tulkun que ellos tenían, que era parecida o igual a la que ellos tenían con los Leekran.
La na'vi sintió en ella varias miradas penetrantes, y al voltear a su alrededor se dió cuenta que su propio pueblo y hermanos espirituales esperaban a que ella dijera algo.
Sonrió enseñando sus colmillos, haciendo que la mayoría también lo hiciera.
─¿Qué están esperando? ¡Al agua!
La multitud estalló en vitores y aullidos antes de saltar por el acantilado hacia las profundidades del arrecife. Otros llamaron a sus Ikran y despegaron para experimentar ellos mismos aquel hermoso encuentro. Un aullido llamó la atención de Luna en la multitud. Miró a su derecha y se dió cuenta de que Tul'yvie y Sinek se abrían paso con sus hermanos en sus lomos.
─¡Hermanita! ─chilló Kitay con los brazos en alto y una enorme sonrisa─. ¡Eres increíble!
Levantó una ceja, viéndolo bajarse de Tul para ir hacia ella y abrazarla.
─Sea lo que sea que ronde por tu retorcida mente, Kit, es un no ─le digo, tratando de sacudirmelo de encima.
Él me miró. Se separó y puso una mano sobre su pecho, indignado.
