Capítulo 4: sentimiento inexplicable

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Sentí un estremecimiento en la espalda al mismo tiempo que el calor y la suavidad de los labios de Preston me envolvían. Mis labios se movían con timidez al compás de los suyos, y mi corazón latía con fuerza. Justo cuando iba a abrazarlo por los hombros, él se alejó de mí, dejándome aturdida y anhelante de más.

Él me miró fijamente, con una sonrisa irónica en sus labios.

—¿No decías que no te atraía? —me provocó.

En ese momento me di cuenta de que él solo me besó para humillarme y desmentir mi mentira de antes, eso me indignó.

—¡Y no me atraes! —exclamé a la defensiva, con las mejillas encendidas de ira.

—Pues tus labios me dijeron lo contrario.

Cuando estaba a punto de contestarle, el ridículo tono de llamada de mi teléfono empezó a sonar dentro de mi mochila. Hacía tiempo mis amigos me habían gastado una broma poniendo la canción "butterfly" como tono, esa misma que se escuchaba en los teléfonos de juguete de Barbie.

—Qué tono más bonito, te queda muy bien —se rió el castaño.

—¿Y el tuyo qué es, "pumped up kicks"? —le devolví la broma con una sonrisa pícara, pero rápidamente mi sonrisa se desvaneció cuando vi quién me llamaba. —¿Mamá? —contesté tratando de disimular el nerviosismo de mi voz.

—Lucille Rose Spencer ¿Dónde demonios estás? ¡Ya son casi las ocho de la noche! —me reprendió visiblemente enfadada.

—Mami, perdona. Iba a llamarte ahora mismo —me sentí fatal por mentirle, pero si le contaba la verdad no solo me castigaría hasta navidad, también metería en problemas al chico que estaba a mi lado, que aunque parecía ser un completo idiota, arrogante e irrespetuoso, simplemente no podia delatarlo. —Estoy en casa de Eva haciendo una tarea que nos mandaron hoy y dejé a cargando mi teléfono, lo siento, se me olvidó avisarte.

—¿Y a qué hora vuelves?

—¿Puedo quedarme a dormir? Es que Eva me ha propuesto ver una película. Te prometo que me acostaré pronto.

Preston me observó con interés. Como si acabara de oír algo muy interesante.

—Está bien, pero no creas que te has librado. Hablaremos cuando vuelvas. —tragué saliva porque eso nunca presagiaba nada bueno.

—Está bien, mami. Te quiero mucho, adiós —dije rápidamente antes de colgar.

Solté el aliento que había estado conteniendo.

—Vaya, así que se te da bien mentir, ¿eh, princesa? —me soltó, apoyado en la cabecera de su cama con los brazos cruzados.

—¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que le contara a mi madre que te vi golpeando a un hombre en un callejón y que me torcí el tobillo al intentar detenerte, y que luego me trajiste a tu casa en tu moto?

—Podrías haberle preguntado por qué tiene una hija tan entrometida.

—No soy entrometida, solo quería hacer lo correcto —repliqué con dignidad, desviando la mirada para no encontrarme con la suya.

Se me hizo un nudo en la garganta, y me mordí el labio con rabia. No podía creer que me hablara así, justo cuando empezaba a pensar que él no era tan malo como decían y que yo no era tan tonta por sentir lo que sentía.

—Por lo menos tengo principios, y no voy por ahí solucionando mis problemas a puñetazos —le contesté, mi voz temblando de indignación.

—¿Principios? ¿Qué principios? ¿Los que te han impuesto tus padres, tus profesores, tus amiguitos? ¿Los que te dictan lo que está bien y lo que está mal, lo que puedes y lo que no puedes hacer? —me contraatacó, acortando la distancia entre nosotros con una mirada retadora.

Lo curioso del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora