Capítulo 11: cómo faltar a clases sin morir en el intento

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Como si un hilo invisible me arrastrara, mis pasos siguieron a Preston al salir por la puerta. La idea de que nuestra caminata conjunta no levantaría sospechas me reconfortaba; después de todo, éramos compañeros de clase y nuestras coincidencias eran habituales. Avancé con una calma aparente, cuidando de mantener una distancia prudente que ocultara mi ansiedad por acercarme a él. Pero esa tranquilidad fingida se desmoronó cuando Preston, con un giro repentino y decisivo, se apartó del sendero hacia nuestra clase. ¿A dónde rayos se dirigía? La respuesta me golpeó como un rayo cuando noté que el camino llevaba a la salida de la escuela.

—¿A dónde se supone que vas? —pregunté, mi voz apenas un susurro detrás de él.

Preston se detuvo, y sin girarse, respondió:

—¿Sueles seguir a tus amigos a donde quiera que vayan? —cuestionó, con un deje de desafío.

—Solo sentí curiosidad de saber por qué mi amigo parece evitar la clase —repliqué, enfatizando la palabra 'amigo' y dejando entrever la confusión que sus acciones habían sembrado en mí.

—Perdón, se me olvidaba lo entrometida que puedes ser, querida amiga —dijo Preston, finalmente girándose con una sonrisa burlona.

Él sabía que me molestaba cuando me decía entrometida, es como si le entretuviese verme molesta, pero no le iba a dar él gusto.

—Solo me preocupo cuando se trata de mi querido amigo, que parece atraer problemas como un imán. Y como somos amigos, es mi deber mantenerte alejado de ellos —repliqué con firmeza.

Su risa se elevó, clara y despreocupada, como si hubiera escuchado el mejor chiste del mundo.

—¿Así que ahora te has autoproclamado mi niñera personal? —preguntó, su sonrisa aún colgando en cada palabra.

—Si eso es lo que se necesita para salvarte de ti mismo —respondí, plantándome firme entre él y la salida—. Si realmente quieres irte, tendrás que intentar pasar por encima de mí.

—¿Qué tal si simplemente hago esto...?

Se acercó y sentí cómo sus dedos trazaban un camino lento y deliberado por mis piernas, deslizándose suavemente por mi piel, hasta llegar al borde de mi falda. Mis piernas empezaron a temblar ligeramente bajo su toque, y sentí como una ola de calor recorría todo mi cuerpo haciéndome bajar por completo la guardia. Mi corazón latía con fuerza, anticipando su siguiente movimiento, pero en lugar de eso, su mano se deslizó hasta mi cintura. Con un brazo firme, me levantó y me colocó al otro lado de la puerta con una facilidad desconcertante.

Para cuando recuperé mi compostura, él ya estaba del otro lado, lanzándome una mirada triunfante. Apreté los puños, decidida a no dejarlo ganar tan fácilmente, y lo seguí.

—Eres un tramposo y un descarado... —le espeté, alcanzándolo en la calle

—Oh, por favor, no continúes —respondió, sin detener el paso y fingiendo una herida profunda—. Tus crueles palabras podrían hacerme llorar.

—¿Acaso no entiendes? Si sigues ignorando tus responsabilidades, te vas a quedar atrás. Sin un diploma, la universidad será solo una fantasía, y tu futuro... bueno, no será precisamente brillante. Eres inteligente, podrías ser el primero de la clase si te lo propusieras. ¿Qué te frena?

—Ay, princesa, parece que te han vendido bien el cuento del "deber ser". Pero déjame iluminarte con un poco: la vida es más que clases aburridas y exámenes tediosos, La universidad es una opción, no es el destino final. —dijo, antes de sacar un casco de su moto y subirse con una sonrisa cómplice.

Sus palabras me resultaban difíciles de creer, porque estaba convencida de que las probabilidades de fracaso aumentarían si no se escoge la opción correcta, y para mi mamá, la única opción correcta era la que garantizaba un futuro estable.

Lo curioso del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora