Capítulo 12: Una cita, o lo que sea que esto es

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Tan solo cinco minutos habían transcurrido y allí estaba yo, girando alrededor de esa escalofriante máquina, intentando aplacar la curiosidad que me instaba a seguir los pasos de Preston hacia ese bar de aspecto peligroso. La clientela, con sus miradas esquivas y gestos sombríos, no hacía más que añadir misterio al aura del lugar. Mis últimas acciones rayaban en la locura, y ahora, saltándome clases en la moto de Preston, había escalado a un nuevo nivel de rebeldía. Mi teléfono no paraba de vibrar con mensajes de amigos inquisitivos, y yo, sin respuestas que dar, sabía que tendría que enfrentar sus interrogantes tarde o temprano. Mientras tanto, las preguntas sobre Preston se agolpaban en mi mente: ¿Qué negocios tendría en un sitio así? ¿Sería un visitante frecuente? ¿Cuánto tiempo más resistiría antes de que la curiosidad me venciera y me impulsara a cruzar esa puerta?

–Rita, ¿qué hago? –murmuré, buscando una señal en el transporte de la muerte a mi lado. –Tu dueño me arrastra hacia la locura, una locura que me lleva a confiar mis pensamientos a una máquina de dos ruedas.

"Dios mío, debo entrar o acabaré perdiendo lo poco que me queda de cordura", reflexioné. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de dirigirme hacia el bar, vi a Preston salir con serenidad, casi suspiré aliviada hasta que noté las manchas carmesí en su camiseta blanca y corrí hacia él, alarmada.

—¿Qué te pasó? ¿Te lastimaron? ¿Dónde te duele? —inquirí, lanzando una pregunta tras otra mientras buscaba alguna señal de lesión.

Levanté su camiseta, esperando encontrar la fuente de aquel color alarmante, pero en lugar de heridas, solo encontré la perfección de su piel, un lienzo de músculos y piel pálida que no mostraba signo alguno de daño. El lugar de heridas, pude notar un fuerte olor a alcohol y detallando mejor el color de las manchas me fije que no se trataba de sangre.

—Si querías verme sin camiseta, solo tenías que pedirlo —dijo él, bromeando.

Con las mejillas ardiendo, le bajé rápidamente la camiseta.

—¿Qué son esas manchas rojas? —pregunté, sintiéndome avergonzada.

—Le partí una botella en la cabeza a un tipo —explicó él con tranquilidad mientras caminaba hacia la moto.

—Deja de bromear —respondí incrédula detrás de él.

—Sigue allá adentro por si quieres verlo.

Fruncí el ceño sin saber que pensar y al girarme para verificar su historia, sentí su mano en mi brazo, deteniéndome con una suavidad que contrastaba con su actitud previa.

—Estoy bromeando, princesa —dijo, mirándome con esos ojos que me derretían.

—Oh —exclamé sorprendida porque lo hubiese admitido. Él nunca admitía cuando me intentaba tomar el pelo.

Preston guardó silencio por unos segundos, como si estuviera reflexionando sobre algo.

—¿Realmente te preocupa tanto lo que me pase o lo que haga? —preguntó de repente.

—Más de lo que te imaginas —confesé.

Su rostro se transformó en un poema que no supe descifrar, una mezcla de asombro y confusión.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

—Muchísima —respondí.

—Entonces, vamos a comer —dijo antes de subirse en la moto.

Cuando me monté detrás de él, sus manos encontraron las mías y las guiaron alrededor de su cintura, su olor que antes era una mezcla entre tabaco y lavanda ahora también estaba impregnado con vino.

Lo curioso del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora