Capítulo 7: Un pequeño rayo de esperanza

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Era prácticamente imposible que Preston notara lo nerviosa que estaba, con él sentado tan tranquilo detrás de mí. Tal vez ni siquiera le importaba que yo estuviera allí, pero por alguna razón, sentía la necesidad de calmar mi corazón acelerado. Tenía la extraña sensación de que, en cualquier momento, él podría oírlo latir frenéticamente y descubrir que cada uno de esos latidos era por él.

—¿Cómo está tu tobillo? —escuché decir a Preston detrás de mí.

Mis ojos se abrieron con incredulidad, y sentí cómo mi corazón, que antes latía frenéticamente en mi pecho, ahora se detenía por un segundo, suspendido en la incertidumbre. Preston parecía ajeno a la tormenta de emociones que azotaba mi interior, su voz era tranquila, casi indiferente. Pero su pregunta sobre mi tobillo era una grieta en su fachada de desinterés.

Miré hacia donde estaban mis amigos, para comprobar que no estuviesen mirando hacia mi dirección, y cuando confirme que los cuatro estaban distraídos, me giré para enfrentar a Preston, buscando en esos hermosos ojos de color zafiro alguna señal que confirmara que mi presencia le importaba tanto como él a mí.

—¿De verdad te importa o solo te sientes culpable? —le pregunté intentando sonar tan tranquila como él.

—No, princesa, solo sentí un poco de curiosidad ¿por qué me sentiría culpable cuando tú fuiste la entrometida que se metió donde no debía? —respondió Preston con calma.

Ahí iba de nuevo ¿Cómo era posible que una persona podía encantarte y exasperarte a la vez?

—Entonces, ¿solo fue curiosidad? —pregunté, intentando mantener mi voz firme. —¿O hay algo más?

—Solo curiosidad.

—Estoy bien, gracias. Creo que tu curiosidad ha quedado satisfecha —dije con un tono de voz que escondía mi decepción. No quería que él notara cuánto me afectaba su indiferencia.

Preston se quedó callado por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. Luego, con un suspiro casi imperceptible, habló de nuevo.

—No era solo curiosidad —admitió finalmente, con una voz baja pero firme. —Me preocupé... más de lo que esperaba.

El salón se volvió más pequeño, y el mundo exterior se desvaneció ante esas palabras que eran como un rayo de esperanza para mis sentimientos no correspondidos. Me giré rápidamente para que él no viera la estúpida sonrisa que se había dibujado en mis labios y cómo mi cara, seguramente, estaba completamente sonrojada.

Aun cuando la profesora puso el examen encima de mi mesa, yo no hacía más que pensar en esas palabras, sin embargo al notar la mirada inquisitiva de mis amigos, recordé la supuesta razón por la que me había sentado atrás. Debía sacar los apuntes para hacer trampa, o ellos sospecharían. Así que, con mis manos temblorosas, saqué discretamente una de las hojas de los apuntes por debajo de mi falda y fingí buscar las respuestas, pero el bendito karma no tardó en llegar, y la tonta hoja se escapó de mis manos y calló en el suelo. Estuve a punto de agacharme para recogerla, pero Preston se me adelanto y justo cuando estuvo a punto de entregármela la profesora empezó a acercarse a nosotros y le arrebató la hoja, haciendo que la atención de todos nuevamente se dirigiera a él.

—¿Qué es esto, Caruso? —le preguntó, su voz era calmada pero sus ojos no mostraban misericordia.

Preston se encogió de hombros, como si la situación no le afectara en lo más mínimo.

—Una hoja de papel —respondió con desdén—. ¿No es lo que parece?

Las risas de mis compañeros resonaron en el aula, y yo deseé que el suelo se abriera y me tragara.

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