III

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-Deberías dormir un poco- dijo con calma al tiempo que retomaba el volante. Volvían a la carretera, aún era de noche y aún les aguardaban un par de horas más de viaje.

-No, estoy bien, puedo acompañarte despierto- respondió el mexicano, aunque el tono de su voz y sus ojitos a medio cerrar contradecían sus palabras.

-Checo, ya estás medio dormido- señaló el rubio, conteniendo una risa burlona –Necesitas descansar, recorrer París será desgastante

-Pero...no me siento cómodo durmiendo mientras tú manejas

-¿Qué? ¿Acaso temes que te secuestre?- su sonrisa burlona no desaparecía, pero ahora era acompañada por una ceja enarcada

-No, ya superé ese miedo hace un par de horas- sube y baja los hombros con desenfado

-No me molesta que duermas, en verdad, creo que deberías hacerlo. Caminaremos mucho, necesitas descansar. Calculo que estaremos llegando como a las 5:00, aún tienes un par de horas para dormir

Checo lo pensó un momento y luego asintió suavemente con la cabeza –De acuerdo, dormiré, pero si necesitas algo, despiértame ¿De acuerdo?

-De acuerdo- Max hizo una pequeña reverencia con la cabeza para cerrar el trato.

Sergio no tardó ni dos minutos en caer rendido, aunque él lo negaba, su cuerpo pedía a gritos descanso. El día anterior había sido por demás estresante, además de que había caminado por kilómetros. Vencido, cayó como peso muerto en su asiento, resbalando un poco hasta que sus pies tocaron el fondo del interior del auto y su cabeza se deslizó hacia su lado izquierdo apoyando su barbilla contra su propio hombro. Su respiración era suave y rítmica, la expresión de su rostro era tan serena que suavizaba sus facciones y le hacía lucir increíblemente tierno, con un par de rebeldes mechones reposando en su frente, esas pobladas cejas enmarcando sus ojos, sus largas pestañas reposando sobre sus mejillas y los carnosos y rosados labios ligeramente separados. Max volteaba de vez en cuando a mirarle, tomando nota mental de todos y cada uno de esos pequeños detalles, incluso tuvo el deseo de contar aquellas pecas que salpicaban ese rostro. No podía dejar de pensar en lo lindo que le parecía ese mexicano y la imperiosa necesidad de obsequiarle el mejor día que pudiese recordar de sus vacaciones, hizo que su mente trabajara rápidamente en pensar en sitios de interés, rutas rápidas de traslado, lugares dónde comer, en cuestión de minutos organizó todo un itinerario, si, este chico era un poco obsesivo compulsivo, organizado, preciso, su objetivo era hacer feliz a Sergio, y no descansaría hasta lograrlo, su concentración estaba fija en su meta.

4:45 a.m. y la ciudad luz los esperaba a la distancia. Aún estaba oscuro, pero podía apreciarse la entrada de la ciudad, salpicada con las miles de luces que se extendían por el horizonte. Modulando su voz a un tono suave y revolviendo juguetonamente los oscuros rizos de Sergio, Max lo despertó –Checo, despierta...hemos llegado- El moreno abrió los ojos parpadeando un par de veces, removiéndose en su asiento para acomodarse mejor sobre éste, con pereza talló sus ojitos con sus manos y una vez que estuvo completamente despierto, enfocó su mirada al frente y entonces, la vio, ahí, delante de ellos, brillando en toda su extensión bajo el cielo oscuro la imponente París, abriendo sus puertas para recibirlos.

Su rostro se iluminó al igual que la misma ciudad, su hermosa sonrisa creciendo tan rápido como la emoción en su pecho. Max sonrió complacido ante esa reacción, su pequeña aventura recién iniciaba y él no podría sentirse más ansioso y deseoso por ver más de esas bellas sonrisas de Sergio. En treinta minutos estuvieron en el centro de la ciudad. Max condujo hasta la Place de la Concorde, en su experiencia, ese era un punto estratégico del cual podrían desplazarse hacia cualquier lugar. Buscó un estacionamiento donde resguardar su camioneta, si algo había aprendido en todos sus años viviendo en París, eso era que la mejor manera para moverse en la ciudad era el tren subterráneo. 5:20 a.m. aún era demasiado temprano, pero ya había gente en las calles y gente abordando los vagones del metro, Max guio a Checo, el rubio se movía como pez en el agua, mientras su acompañante se distraía cada dos minutos con las hermosas fachadas de los edificios por los que pasaban, apenas eran solo un par de calles y para el mexicano ya era suficiente para entender por qué la mayoría de la gente se enamoraba de París, vamos, que hasta los túneles del subterráneo eran algo que Checo no podía comparar, cada estación tenía su propio diseño, no pudo evitar sorprenderse al ver que en los muros había exhibiciones de arte, murales, mosaicos con diseños coloridos, espacios para publicidad que parecían aparadores de tiendas ¿Qué acaso el deseo de revolución, abusar de la mantequilla al cocinar y el arte de diseñar eran cosas que los franceses poseían de manera innata?

El mejor de mis viajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora