10 años después.
A paso apresurado, casi corriendo, iba entre la gente, arrastrando tras de sí una maleta y revisando con prisa su bandeja de correo en la pantalla de su celular. Tenía un itinerario muy apretado, había viajado a Nueva York para un evento muy importante, pero no podía dejar de lado todos aquellos proyectos en los que estaba colaborando y que requerían de su atención, leía mientras caminaba, levantando la mirada de vez en cuando para no chocar con las personas y para no perder a su compañero, quien iba varios metros adelante ya algo desesperado al sentir que se retrasaba
-¡Joder, Checo! Que a este paso llegaremos a media noche- gritaba a la distancia, asustando a la gente que caminaba detrás de él. De golpe se frenó, girando para localizar con la mirada a Sergio, que se encontraba apenas un par de metros por detrás.
Checo llegó hasta él, concentrado aún en su teléfono, terminando de leer antes de dignarse a levantar la vista y responderle –Venía atrás de ti, dramático. Además, estaba revisando si ya nos habían mandado los datos para el check in del hotel- Volvió a centrar su atención en su teléfono
-Mira, tío, que donde nos hayan vuelto a reservar habitación compartida, ahora sí la lío, que me siento como en viaje escolar cuando lo hacen- sentenció con un resoplido que hizo que el mechón que caía sobre su rostro saliera volando
-aaw ¿No te gusta hacer pijamadas conmigo, Carlitos?- Decía Checo, fingiendo sentirse herido ante las palabras de su compañero de trabajo y amigo
-Que no me llames Carlitos, coño…y no, no me gusta dormir con alguien que pone música hasta para ducharse- respondió rodando los ojos aparentemente molesto, pero luego rio, así era esa dinámica extraña de amor y odio entre este par de amigos.
-Anda, vayamos al hotel, necesito bañarme y tú también, más tarde tendré una reunión para lo del proyecto en Ciudad de México y a las 7:00 p.m. veremos a Fernando para cenar, supongo que querrá revisar los últimos detalles para la inauguración- Guardó su teléfono y retomó su camino hacia la salida del aeropuerto.
Carlos solo asintió comenzado a caminar también en cuanto Sergio lo hizo. Este par se habían hecho amigos hace algunos años, ambos habían entrado a trabajar casi al mismo tiempo en una importante constructora internacional. Ambos eran arquitectos y por la química y el entendimiento que habían tenido desde el primer día, solían ponerles juntos casi siempre en los mismos equipos de trabajo. En estos años ya habían colaborado en numerosas construcciones en al menos cinco países, pero éste, sin dudas, era el más importante de sus carreras: la construcción de la Nueva Ópera de Nueva York. El proyecto no era de autoría de ninguno de los dos, pero se sentían felices de formar parte del equipo de trabajo para la creación de un edificio así de importante, Sergio soñaba con que algún día, alguno de sus diseños fuese elegido y construido para ser celebrado de la manera en que ahora lo sería este inmenso teatro.
El hotel en el que se hospedaron era uno con enfoque ejecutivo, no era el más lujoso de Nueva York, pero se acercaba, contaba con muchas amenidades y espacios que a la vista resultaban demasiado agradables, y, aún más importante, estaba a solo unas cuadras de la renovada y flamante Nueva Ópera de Nueva York. Ambos estaban agradecidos con eso, porque sabían que intentar trasladarse en el tráfico de la gran manzana, era una misión casi imposible, incluso en el subterráneo. En cuanto llegaron, ambos se registraron, Carlos se sintió inmensamente feliz al ver que efectivamente cada uno tendría su propia suite, Sergio rio al verle así de satisfecho y no dudó en amenazarlo con visitarlo por la noche para hacer una pijamada en su habitación. El español solo respondió que se aseguraría de cerrar la puerta hasta con candados si era necesario.
La suite de Sergio era ridículamente amplia, casi como un pequeño departamento, con espacio para la recámara, mini bar, una salita de tv, un mini estudio en el que había un escritorio y un librero, un lugar destinado para trabajar; un vestidor y un baño con regadera y tina. Los cristales de las ventanas iban de piso a techo, dando una gran iluminación al interior de la suite y una sensación de mayor amplitud. Desde ahí, Sergio podía contemplar la inmensidad de la jungla de asfalto que era Nueva York, con sus enormes rascacielos que se enfilaban uno detrás del otro dejándole apenas un pequeño espacio por el que alcanzaba a ver el río Hudson y muy a lo lejos, la pequeña manchita verde que era la estatua de la liberad. En diez años el mexicano había conseguido viajar incontables ocasiones, había visitado muchos países, conociendo quizás las capitales más importantes de América y Europa. Ciudad tras ciudad, y hasta ese día, ninguna le había enamorado tanto como lo había hecho París.

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El mejor de mis viajes
Romansa|Un joven y recién graduado Sergio Pérez emprende el viaje de sus sueños al continente europeo, pero por un desafortunado incidente queda atrapado en Marsella sin dinero, sin pasaporte y sin teléfono. Es ahí donde conoce a Max, un amable chico que l...