5. La cuna caerá

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Todo cambió de repente en la casa de los Kaulitz. De la noche a la mañana una nueva habitante entró en ella. Simone se empeñó en que se quedara con ellos, en su estado y sin trabajo, porque eso de camarera no era un trabajo adecuado para ella, y sin el apoyo de su familia, lo mejor era que permitiera que ellos la cuidaran.

— ¿Y dónde se va a quedar?—preguntó Bill la noche que se lo dijeron.

—En la habitación de Tom, él se quedará contigo—explicó su madre con una sonrisa.

Eso era lo que más daño le hacía a Bill, que su madre no dejara de sonreír desde que estalló esa bomba, mientras que a él solo le salían lágrimas y más lágrimas.

Y encima ahora tendría que compartir las noches con su hermano, quien escuchaba en silencio y con la cabeza agachada. Todavía no le había dirigido la palabra, no le había dado una explicación o una excusa, aunque él tampoco quería escucharla. Ya nunca más le volvería a hablar. Le había traicionado. Dos veces.

La primera noche que compartieron habitación fue muy extraña. La "novia" de su hermano llegó esa misma tarde y Simone la ayudó a instalarse en su nueva habitación, mientras que Gordon trasladaba una cama supletoria a la habitación de los gemelos.

Bill los veía desde la cama, en la que se había echado preso de un ataque de melancolía. Veía como Tom entraba y salía trasladando algunas de sus cosas, ni que decir que Simone le había prohibido estar a solas en la habitación con Amanda. Le pidió que recogiera lo necesario y al día siguiente ella le ayudaría con el resto. Pero nada de acercamientos, y menos bajo su techo. Ya habían hecho demasiado...




La noche llegó y tras una silenciosa cena por parte de Bill, quien con la vista fija en su plato trataba de ignorar los comentarios sobre el lugar en el que estaría la cuna y la de cosas que habría que comprar, por fin las luces se apagaron y todos se fueron a sus respectivas habitaciones. Todos menos uno, que arrastrando los pies se echó en la cama que por falta de espacio pegaba a la de su hermano.

Le veía a la luz de la luna que se colaba por la ventana. Estaba echado dándole la espalda, con su pelo negro extendido sobre la almohada como un manto de soledad, en la que él le había obligado a vivir el resto de su vida, porque sabía que tras él nadie más ocuparía su corazón. Le había hecho mucho daño, pero ya no había vuelta atrás, ni perdón.

Vio cómo su espalda se estremeció, escuchó los sollozos que se escapaban de sus labios. Se mordió los suyos y lentamente alargó una mano, con la que le rozó con suavidad.

—Bill.... —no pudo evitar susurrar.

Pero él se alejó más de su contacto. Vio que se cubría la cara con ambas manos y ya no lo pudo soportar más. Se destapó y se deslizó dentro de su cama, en donde le abrazó a pesar de sus intentos por soltarse.

Bill se revolvió bajo su abrazo. No le quería cerca, no quería que le tocase nunca más en la vida.

—Suéltame...vete...—le dijo entre sollozos.

Pero Tom siempre había sido el más fuerte. Consiguió echarse encima de él, le apartó las manos de la cara y vio su rostro bañado.

—Lo siento—susurró.

—Es tarde para pedir perdón. Además, ya lo he olvidado— dijo Bill en voz alta.

—Sshhh...mamá te puede oír—susurró Tom de nuevo.

—Eso ya me da igual. No estamos haciendo nada que le deba asustar—dejó Bill bien claro.

Levantó la rodilla y le golpeó en la entrepierna con maldad. Vio cómo su rostro se encogió en una mueca de dolor, como se quedó sin fuerza y sin respiración, momento que aprovechó para empujarle y quitarle de encima.

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