8. Tristeza sin consuelo

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Tras terminar de hablar con Tom, colgó el teléfono con fuerza. Se levantó furioso y fue hasta la puerta, en donde se detuvo antes de salir y darle las nuevas noticias a Bill, quien descansaba pacíficamente sin saber los que planeaba su hermano y esa odiosa Amanda.

Cuando creyó que se había calmado lo suficiente, abrió la puerta de su dormitorio forzando una sonrisa, que murió en sus labios al ver vacío el sofá. Su mirada se dirigió corriendo a la puerta del apartamento, pero una brisa que le acariciaba la nuca le hizo volverse hacia la terraza.

Caminó hacia ella, viéndole apoyado en la barandilla mientras se soltaba el pelo y se lo peinaba con los dedos para desenredarlo. Se acercó y se quedó a su lado, mirando el parque que había debajo de ellos sin pronunciar palabra.

—Estás muy callado—dijo Bill rompiendo el silencio.

David suspiró sin saber cómo empezar a hablar, pero antes de que separase los labios Bill se le adelantó.

—Discutir con mi hermano le deja a uno en ese estado—susurró Bill también suspirando.

David se giró y le observó detenidamente. Estaba claro que había escuchado la conversación, le había oído gritar a Tom diciéndole que él no le daría la espalda.

—Será mejor que entremos y hablemos, aquí hace frío—murmuró David tomándole del brazo.

—Eso ya me da igual, mi voz se puede dañar y yo no lo sentiría—contestó Bill encogiéndose de hombros.

—Yo lo haría—susurró David.

Tiró más de él hasta que consiguió hacerle entrar de nuevo. Cerró la puerta corrediza de la terraza con una mano y caminaron hacia el sofá, en donde se sentaron uno al lado del otro. Esperó pacientemente a que se acomodase, viendo como apoyaba los pies en el sofá y se rodeaba las piernas con los brazos. También vio que su cuerpo temblaba, pero sabía que es más bien por los nervios.

—Lo mejor es ir directamente al grano. Amanda quiere llevarte a juicio si no entras voluntariamente en una clínica para tratar tus... "ataques de ira". Por decirlo de alguna forma—dijo David preparándose para su reacción.

— ¡Está loca! Yo no la empujé, se tiró ella misma—gritó Bill muy enfadado.

—Lo sé, te creo—dijo David con firmeza—Cálmate. Ya tengo un plan. Por supuesto que iremos a juicio, en donde se demostrará que está  mintiendo. Ahora mismo llamaré a la discográfica para que ponga a tu disposición los mejores abogados. Ya verás, no dejaremos que se salga con la suya.

Se levantó antes de que dijera algo, maldiciendo por no haber llamado antes y solicitar el abogado. Entró en su dormitorio y no se molestó en cerrar la puerta. Se sentó en la cama y cogió el teléfono para solicitar ayuda.

Bill se recostó contra el sofá cerrando los ojos mientras le oía hablar. No prestó mucha atención a lo que decía, solo le oía mencionar unos nombres que nunca antes había escuchado. Se imaginó que eran los abogados que trabajan para la discográfica, todos con nombres raros y compuestos, como si eso quisiera decir que en su trabajo eran muy buenos.

Se cansó de espiar y decidió levantarse. Caminó hasta el dormitorio y se apoyó en el marco de la puerta viendo como arrugaba la frente al hablar. No se dio cuenta de que se había fijado en su presencia hasta que le vio mover una mano, haciéndole un gesto para que entrase.

Se incorporó avergonzado y entró lentamente, paseando la vista por el dormitorio como cuando estaba solo, sin saber que era lo que realmente buscaba, tal vez algún detalle que le hablara de cómo era David en su casa. Solo le conocía públicamente, pero en ese terreno todo era nuevo.

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