Año 1348, Zaragoza, Península Ibérica, la gran república Terrana.
Desgraciados y oscuros fueron los días cuando la gente de las estrellas decidió atacarnos.
Pero es mi deber como inquisidor y buscador de la verdad registrar aquí la historia de la purga de almas más grande en nuestra historia.
Era el año 1300 cuando ocurrió la primera tragedia, muchos astrólogos y vendedores de mentiras, pero gente muy observadora, habían notado nuevas estrellas en los cielos de París, sacerdotes y charlatanes se lanzaron a intentar darle una explicación pero durante una semana la estrellas se quedaron inmóviles en el firmamento.
Pasada la semana nos daríamos cuenta de lo que significaba.
Enormes columnas de fuego descendieron de las falsas estrellas impactando sobre la catedral de Notre Dame borrando su exquisita belleza y casi la totalidad de París en un parpadeo.
Según lo que se sabe de los testigos sercanos a la ciudad, las falsas estrellas descendieron revelando ser enormes, colosales barcos de metal, capaces de volar y lanzar fuego, de los barcos comenzaron de descender pequeñas barcaza, pequeñas en comparación cabe señalar, las cuales llevaban dentro soldados, semejantes a nosotros pero distintos al mismo tiempo, carecían de la belleza divina que nos regaló nuestro señor y parecían más bien bestias, perros torpemente deformados y convertidos en gente.
Estos seres estaban armados con tubos metálicos capaces de disparar relámpagos, otros llevan cilindros más grandes capaces de lanzar columnas de fuego, pasaria tiempo para que entendieramos sus armas, pero no quiero apresurarme.
Cómo impulsados por el mismo demonio estos perros comenzaron a eliminar todo tipo de resistencia, buena gente, plebeyos y comerciantes, gente trabajadora, murió ejecutada sin ninguna piedad.
Fue en ese momento cuando un noble, que por obra y gracia del espíritu santo no estaba en París, llegó a investigar la tragedia solo para encontrar las tierras de la corona siendo asediadas por el invasor.
Aquí una transcripción de lo narrado por Reginar.
Yo estaba aprovechando mis días libres para ir de caza, junto a mis amigos y mis damas habíamos estado dos días cazando en las sercanias de la ciudad cuando el fuego impacto París.
Temiendo lo peor nos pusimos en marcha a la ciudad, cuando nos llegaron informes de extraños seres que demabulaban por los caminos matando y raptando a quien encontraran, las historias de los campesinos siempre deben ser puestas en duda, pues cada borracho del pueblo seguro haberse enfrentando al diablo en algún momento, pero algo era seguro, un enemigo desconocido asechaba los caminos.
Partimos a los fuertes sercanos a buscar hombres y armas, para nuestra sorpresa muchos refugiados ya estaban en las fortalezas, tomamos el mando de las tropas y marchamos a París, o lo que quedaba de ella.
Cuando llegamos, en efecto y para nuestra desgracia, el enemigo tenía más en común con los demonios que con las personas, armados con extraños tubos que lanzaban relámpagos a una distancia que ya quisieran los Ingleses para sus arqueros.
Los primeros enfrentamientos fueron terribles y la moral de mis hombres flaqueaba al creer que enfrentamos demonios, pero yo sabia la verdad, un demonio no necesita armas y estar a una distancia segura, estos seres estaban vivos y no deseaban morir, aún así convencer a la gente seria difícil por lo que junto a unos caballeros de la casa Montmorency y Rohan nos apresuramos con la mayor rapidez y discreción a observar a los enemigos.
Seres con formas caninas que usaban ropajes ajustados y extraños cascos transparentes se movían saqueando las viviendas y tomando prisioneros, cualquiera con el valor de enfrentarlos era ejecutado y los pobres que se sometían para salvar sus vidas eran tratados peor que alimañas, uno de los caballeros, ante la injusticia presenciada, clamó una oración a los cielos y se lanzó contra el enemigo.