Alguien.

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Abandoné todo tipo de pensamiento razonable.

Estaba sentada frente a Mónica, quien me sonreía de manera amistosa. No supe qué parte de mí me llevó a cometer ese acto tan descabellado, los nervios se estaban colando por cada poro de mi cuerpo, era claro que no estaba siendo racional.

Jugueteé con mis dedos para evitar las ansias que me generaban el querer ponerle un mechón de su cabello tras su oreja, tocarla, sentir su delicada piel.

Mi vista se posaba de vez en cuando sobre sus labios y una vocecilla me decía que le besara, solo porque quería saber lo que se sentía.

¿Pero qué clase de pensamientos impuros estaba teniendo? ¿No se supone que cuando te gusta alguien solo tienes ojos para esa persona? ¿No aplicaban para mi esas mismas reglas?

La frustración se abrió paso tras mis nervios, había tenido una motivación para venir hasta ella, para charlar, y estaba casi segura de que no tenía nada que ver con los pensamientos lascivos que me carcomían.

Su mirada nerviosa se posó en mí, examinándome de pies a cabeza, luego decidió desviar su vista a algo tras de mí. Posiblemente estaba esperanzada a que alguien llegara a rescatarla.

—Estoy al tanto—dije por fin.

Solté la respiración que por algún motivo había aguantado. Ella se retorció en la banca de la palapa, mientras se obligaba a guardar sus cosas en su mochila de la manera más sutil.

Seguro que estaba lista para huir. Pero se detuvo, con todo su cuerpo tenso a modo de respuesta.

—No me interpondría—dijo casi horrorizada.

—No me interesa. —Las palabras sonaron más bruscas de lo que quería.

—¿No te interesa él? —preguntó confundida.

Decidí adoptar una pose relajada, cruzando una pierna sobre la otra. Descansé un tobillo sobre la rodilla y apoyé mi codo sobre la mesa de la palapa, para colocar mi cabeza sobre mi mano.

—Es curioso que pienses que me refería a él—dejé escapar a toda prisa—. Cuando en realidad me refería a ti.

Me miró fijamente, con una ligera arruga en su frente que se filtraba y un mohín que curvaba sus labios. Sus cabellos cortos se alborotaron por una ráfaga de viento que amenazó con llevarse sus papeles.

—¿Cómo? —Se enderezó en su asiento, más relajada del rumbo que podría tomar la conversación, pero aun lista para correr si era necesario. Lo podía notar debido a que estaba sentada en el borde de la silla—. ¿Crees que haría algo para que terminaran?

Dejé escapar un suspiro entrecortado, mis emociones aún estaban todas revueltas y no sabia como reaccionar ante tales situaciones. Era una novata en el romance.

A decir verdad, ni siquiera sabía porque había tomado la decisión de venir a hablar con ella.

—Tus intenciones no son nada sin la aprobación de él. Pero él sabrá tomar sus decisiones, y le dejaré tomar lo que quiera.

Una pizca de incredulidad atravesó su rostro.

—¿A qué te refieres?

Sus dedos se aferraron al borde de la mesa, como si se contuviera de decir lo que realmente pensaba, de reprimir sus emociones, mantenerse en calma ante un posible depredador. Lo que resultaba gracioso que pensara así de mi, con trabajos podía aplastar una hormiga sin que su muerte me causara un daño severo.

¿Y si la hormiga tenía familia? Quizá una esposa e hijos, o una madre anciana muy enferma. Posiblemente fuera el sustento de la familia de hormigas y yo la había matado. Así que me dejaba sucumbir por el llanto. El dolor y la tristeza se arremolinaban en mi pecho.

Completa Extraña [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora