Te amo

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Recordar eso me hizo sentir patética. Porque en el fondo, mi mente me recriminaba que fue mi culpa y de cierto modo que todo me había hecho ser la persona de ahora, que debía estar agradecida.

Pero aquello me enfureció mucho más, lo odiaba demasiado, que mi mente me hubiera mantenido débil por mucho tiempo y que de no haber sido por mi cuerpo; cansado de mantenerse alerta todo el tiempo. Hubiera seguido sumergida en una idea errónea, en un concepto donde era la villana.

Ellos eran los villanos de mi historia. Me habían quitado la opción de elegir, de sentir, de anhelar, de tener emociones fuertes que no estuvieran vinculadas al pánico.

Odiaba con todas mis fuerzas que me hubieran destruido, que me volvieran una persona ansiosa y deprimente. La que no podía salir de casa sin los nervios de punta, la que no podía confiar en la gente por miedo a que le lastimaran, la que desconfiaba de hasta su propia sombra, la que no se sentía con derecho a amar y ser amada.

Pasé noches de insomnio, cuestionándome qué hubiera sido de mí si no hubiera pasado por aquellos eventos desafortunados. ¿Cómo hubiera sido mi vida? ¿En qué tipo de persona me hubiera vuelto?

Me imaginaba una Amaris feliz todo el tiempo, una chica sin miedo a nada, que hablaba hasta por los codos, que era libre, que amaba sin tapujos, que odiaba a medias y que no guardaba rencores.

Sería una Amaris que saldría con amigos al centro, que preferiría estar de paseo que andar en pijama en casa. La que fuera a conciertos y que posiblemente su primera vez probando drogas hubiese sido en algún estacionamiento de algún festival de música a los veintiún años, o posiblemente nunca hubiera tenido esa necesidad de apagar mi cerebro.

Hubiese salido con todos esos chicos que me interesaban, que abrazaría a todo el mundo y que se dejaría abrazar sin entrar en pánico, porque su cuerpo recordaba el daño que le habían hecho mientras su mente la mantenía sumisa.

Sería la chica que no miraría a todos para recordar sus rasgos, por si acaso alguien llegaba a lastimarle. Quizá mi adolescencia hubiera estado llena de aventuras de otro tipo.

Pero aún así, no podía imaginar por completo el hubiera, porque ya ha quedado claro que no existe, por más que doliera. Así que solo podía vivir con las consecuencias de ello, con los efectos colaterales.

Abrazada a Neill, acostada a su lado en su cama, tras haberle hecho un resumen sin contar grandes rasgos, omitiendo las partes donde creía que era mi culpa, me dejé consolar.

Porque era la primera vez que contaba mi historia, y habría deseado que la primera persona que lo supiera todo de mí fuera Rayna, hubiera preferido una y mil veces que ella fuera la primera.

Tal vez en aquella ocasión debí sincerarme, pero no estaba del todo segura si esos pensamientos eran creaciones mías, y de igual forma me aterraba la idea del que fuera a pensar de mí, si me abandonaría por saber hasta qué punto me habían mancillado. O si lo hiciera cuando le contara que me había dejado usar, solo por cariño.

Mirando en retrospectiva, todo el odio iba dirigido a mí, porque no podía saber si aquellas personas seguían vivas, ni siquiera recordaba sus nombres. Posiblemente el señor hubiese muerto de alguna congestión alcohólica, podría ser que el destino hubiera decidido atropellar a aquellos tipos.

¿Y de que me servían sus muertes? De nada, porque la muerte solo era una bendición para los malditos, así como yo. Morir les conseguiría el perdón eterno, y estar molesta con un cadáver en descomposición o un montículo de ceniza no me reconfortaba.

Que fueran a prisión tampoco lo haría, no me daría la paz que necesitaba y una sentencia no quitaría el daño que habían provocado. Porque el mayor daño me lo hacía sola.

Completa Extraña [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora