XIV

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ECOS DEL PASADO
Capítulo 14

MIENTRAS TANTO
En algún lugar fuera de Eirsene Nation

La taberna era un caldero de pasiones al caer la tarde, un remolino de almas que buscaban tanto el olvido como el júbilo efímero. El aire, saturado con el dulzor de la cerveza añeja y el picor del humo de las antorchas, se adhería a las paredes de piedra, proyectando un teatro de sombras sobre los rostros aguerridos de los parroquianos.

Los cadáveres de algunos clientes y del antiguo dueño yacían como mudos testigos del abrupto cambio de poder. Los bandidos, ahora señores de este dominio, alzaban sus copas en un brindis macabro, desentendiéndose del abrazo gélido de la muerte que se había apoderado del lugar.

En el epicentro de este caos meticulosamente orquestado, una sólida mesa de roble soportaba el peso de las conversaciones y las confidencias de un grupo de hombres despiadados y curtidos por la vida.

—¡Coman, putas! —rugió uno de los bandidos, su voz retumbando en el espacio confinado con impaciencia y amenaza. Deslizó un plato de comida insípida hacia una de las cautivas, su mirada tan afilada como el cuchillo que reposaba junto a su jarra.

Las tres mujeres, sumidas en la desdicha de su existencia, acataban en silencio, con la mirada gacha y gestos automáticos. Sus ropajes desgarrados, que apenas cubrían su desnudez, eran un silente testimonio de su infortunio.

—Será mejor que se alimenten bien, perras rameras —espetó otro bandido con una sonrisa malévola, observando a las mujeres con desprecio —. Un cliente de gran importancia las espera, y no sería conveniente que se desmayen del hambre antes del espectáculo, ¿cierto? ¡Jajaja!

El sarcasmo en su voz era tan tangible como el temor en los ojos de las cautivas, un recordatorio despiadado de la cruel realidad a la que estaban sometidas. Sin embargo, la taberna seguía su curso, indiferente al sufrimiento y la humillación que fermentaba en su seno.

—Dicen que en Eirsene Nation han colgado carteles por doquier —murmuró otro bandido, su voz baja y conspirativa —. Están buscando a un niño, un tal Kodoku, lo tildan de hijo del mismísimo diablo.

—¿Kodoku? Qué nombre más ridículo —el primero soltó una carcajada desdeñosa, su risa reverberando contra las paredes de la taberna—. Suena a un maldito chino. Si ese demonio existe, seré yo quien lo capture. La recompensa nos permitiría vivir en el lujo.

—No seas necio —replicó un tercero, su tono burlón teñido de un atisbo de temor —. Y para tu información, no es un nombre chino, sino japonés. Además, Si ese Kodoku es el hijo del diablo, ¿qué posibilidades tendríamos contra él? Dejemos que los cazadores se encarguen de él.

—Sí, que se encarguen —dijo otro bandido, desestimando el asunto con un gesto de su mano enguantada.

En ese instante, la puerta de la taberna se abrió de golpe. Un joven descamisado, con el rostro marcado por un moretón, irrumpió en la estancia. Su presencia cortando la tensión como un cuchillo afilado. Los bandidos, sorprendidos, bajaron la guardia y observaron al recién llegado, claramente uno de los suyos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el más corpulento entre ellos, su voz un gruñido bajo.

El joven, recuperando el aliento, relató su historia con palabras entrecortadas.

—En el campamento, en la aldea… todos han muerto. Un chico los mató y se llevó mi chaqueta. Al entrar y ver los carteles, supe de inmediato… era Kodoku.

KODOKU: The First #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora