Microrrelato 16: Acción

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Temática: Rituales de cortejo humano.

No nos conocemos, ni nos hemos visto antes. Pensó Ingrid, estudiando fugazmente su perfil.


Había llegado a ese lugar perdido de la mano de Dios hacía diez minutos.


Llegaba agotada, con la musculatura cervical contraída y una sonrisa amable, pero forzada, en el rostro.


No recordaba que nadie la hubiera avisado de que la celebración de aquel cumpleaños tenía lugar en mitad del campo.


Pero del campo campo.


Campo agreste.


Su coche era de segunda mano y tenía el suelo muy bajo, por lo que aquello fue toda una odisea. Después de pasar por infinitos carriles de tierra serpenteantes, baches y pequeños lagos de agua estancada, se sentía como si acabara de salir de un parque de atracciones.

Y para más inri, ella era de las que se quedaba sosteniendo los abrigos de los demás en los parques de atracciones. Odiaba la velocidad, los movimientos bruscos y las alturas.

Mientras saludaba al cumpleañero, Ingrid percibió algo que la hizo mirar hacia su lado derecho. Ese gesto de girarse, salido de si misma de forma tan automática, la sorprendió y le resultó curioso al mismo tiempo.

¿Que podia ser tan fisiologicamente alarmante?

Quizas las personas aun conservamos ese instinto de alerta que permite a los animales anticiparse al depredador.

Quizás, en entornos nuevos, o cuando estamos con personas desconocidas, se nos activa un reflejo involuntario y captamos conductas que de otra manera pasarían desapercibidas.

Exactamente como cuando te das cuenta de que alguien te mira con atención.

Justo al lado derecho de Ingrid, había un grupo de cuatro personas inmersas en una conversación animada. Sin saber como, Ingrid supo quien de todas ellas había estado analizándola durante unas milésimas de segundo.

¿Eso era científicamente posible?

¿Seria un ramalazo de ese instinto felino adormecido?

El susodicho era un chico de piel morena, una edad parecida a la suya, barba incipiente y pelo desordenado. Llevaba puesta una sudadera gris deportiva, y unas pantalones verdes cargo. Parecido a como vestiría alguien que trabajara en un Safari Park o en algo relacionado con la naturaleza.

Ingrid atrapó algunas palabras que salían de los labios del desconocido. Venía de Italia, había hecho dos o tres escalas en el trayecto, y no sabía como había conseguido llegar al cumpleaños de su amigo.

Olvidando momentáneamente el asunto, continuó hablando con el cumpleañero y su mente se volvió a enfocar en el motivo de la celebración. Hasta ellos se aproximaron otras personas que conocían, formando un grupo más numeroso que el contiguo y un ambiente distendido.

Entre medias, pasó otra vez.

Fue fugaz, como el aleteo de una libelula. Como un parpadeo, o el transcurrir de un latido. Medio, uno o como mucho dos segundos.

¿Tanta fuerza tiene una mirada?

Y al rato, sucedió una tercera vez.

Ingrid sonrió de forma espontánea, sin siquiera girarse.

Desconocía si ese cruce de miradas era pura curiosidad social, o si había un interés de otro tipo, pero en ningún caso le resultaba violento, inadecuado o molesto ser observada.

Aquello no tenía nada de creepy.

Había cierta timidez en ese baile de pupilas esquivas.

Valoró la opción de acercarse y comprobar por sí misma lo que escondía la mirada de aquel chico.

¿Por qué no?

Pero no, no lo hizo.

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