Jennie estaba harta. No habían formas de explicar lo terriblemente infeliz que se sentía con su novio.
Solía recordar con un poco de nostalgia el principio de su relación, ese primer año donde lo único que veía eran rosas y chocolates. Dónde lo único que escuchaba eran dulces halagos sobre lo bien que se veía con aquel vestido que a Jinho tanto te gustaba.
La chispa que una vez iluminó su romance se había apagado, reemplazada por sombras de control y desdén. Jinho, que solía ser su príncipe encantador, ahora se comportaba como un tirano en su propio cuento de hadas.
El amor que Jennie anhelaba se había transformado en una jaula dorada, donde cada gesto amable venía acompañado de una crítica hiriente. Las rosas se marchitaron, y los chocolates ahora eran amargos recordatorios de la dulce farsa que su relación se había vuelto.
Era como si en el paso del tiempo, un horrible demonio disfrazado de ángel empezara a mostrar su verdadera cara.
La castaña nunca se había sentido tan insegura, tan atrapada en sus propias emociones. Ya no se sentía linda cuando se veía al espejo, su sonrisa (que de por si, desde antes no le gustaba) ahora la veía aún peor, como una expresión forzada que intentaba ocultar la desdicha que se escondía tras sus ojos.
Para Jinho, había algo en común entre su moto y Jennie. Ambos eran objetos que creía poseer, algo para exhibir y controlar a su antojo. Jennie se había convertido en una extensión de su ego, una pieza más en su colección de trofeos personales.
Las veces que solían pasear en su moto ahora se sentían como un viaje sin rumbo, donde el viento que antes acariciaba sus rostros solo anunciaba la tormenta interna que se avecinaba. Jinho, en su afán de control, se aferraba al manillar de la relación con puño de hierro, ignorando el dolor que causaba a su "posesión".
A pesar de que aquel chico nunca le levantó una mano a Jennie, su dominio emocional resultaba igualmente asfixiante. La presión constante de sus expectativas y críticas creaba un ambiente tóxico que envenenaba lentamente el amor que alguna vez floreció.
Jennie ya ni siquiera se molestaba en intentar arreglarlo todo; solo quería que Jinho se cansara de usarla de una vez y la dejara. La relación se había vuelto un callejón sin salida, una trampa emocional de la cual ansiaba escapar.
Cada día se sumía más en la oscura certeza de que aquel amor que alguna vez la hizo sentir viva y especial ahora se había convertido en una cadena que la arrastraba hacia la desesperación. Las lágrimas que caían en la soledad de la noche eran testigos silenciosos de la agonía de su corazón.
Quería acabar con todo eso, pero no era lo suficientemente valiente para hacerlo.
Su miedo por Jinho sobrepasaba todo, incluso su anhelo por la libertad. La sombra de Jinho se extendía más allá de los límites de su relación, envolviéndola en una oscuridad que parecía impenetrable.
Cada día que pasaba en esa jaula dorada aumentaba su sensación de desesperanza. Jennie sentía que su voz se perdía en el eco de las críticas de Jinho, y su confianza se desvanecía como las rosas que alguna vez adornaron su romance.
Jinho había empezado a salir casi todas las noches, y Jennie no tenía ni idea de a dónde iba. La incertidumbre se sumaba a la creciente tormenta emocional que enfrentaba. Cada vez que él abandonaba la casa, dejaba a Jennie sumida en un mar de preguntas sin respuestas.
La sospecha se instaló como una sombra más en su relación deteriorada. Jennie se preguntaba si Jinho había encontrado a alguien más, si sus noches se dedicaban a algo más que a las evasivas respuestas que él le proporcionaba. La confianza, ya debilitada, se desmoronaba aún más con cada regreso tardío.
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The Stripper.
RomanceJennie en realidad nunca pensó enamorarse de una stripper. Menos de Lalisa Manoban, la chica que frecuentaba su novio.