A Lisa le gustaban muchas cosas de Jennie.
Le gustaba el color de las palmas de sus manos, un tono cálido que contrastaba con la suavidad de su piel.
Le gustaba la forma en que sus dedos se entrelazaban con los suyos, creando un lazo que iba más allá de lo físico. Cada contacto era una conexión, una chispa que encendía emociones en lo más profundo de su ser.
Le gustaba la expresión en los ojos de Jennie, dos espejos que reflejaban el alma llena de pasión y ternura. El brillo en sus pupilas revelaba emociones que no necesitaban palabras, un lenguaje silencioso que solo ellas entendían. La mirada de Jennie era un refugio, un lugar donde Lisa encontraba consuelo y comprensión.
Le gustaba la risa de Jennie, un sonido melódico que llenaba el aire con alegría. Era una sinfonía que resonaba en su corazón, disipando cualquier sombra de tristeza. Jennie tenía el poder de iluminar incluso los días más grises con su risa contagiosa.
Le gustaba la manera en que Jennie tocaba el piano, sus manos danzando sobre las teclas con gracia y maestría. Cada nota era una expresión de su alma, y Lisa se perdía en la magia de la música que Jennie creaba. El piano se convertía en un medio para comunicar emociones profundas, y Lisa estaba encantada de ser la oyente privilegiada.
Le gustaba escucharla hablar emocionada sobre Harry Potter, observando cómo sus ojos se iluminaban con entusiasmo. Jennie hablaba de los personajes como si fueran viejos amigos, y Lisa disfrutaba cada historia, cada detalle compartido. El amor de Jennie por la saga creaba un vínculo especial entre ellas, un universo compartido donde encontraban magia incluso en las cosas más simples.
Le gustaba la sensación de los labios fríos de Jennie besando su mejilla o su frente, gestos tiernos que llenaban su corazón de amor y ternura. Cada beso era un recordatorio de la conexión especial que compartían, un lazo que se fortalecía con cada muestra de cariño.
Le gustaba la forma en que Jennie la abrazaba, como si pudiera envolverla en un mundo donde solo existían ellas dos. Los brazos de Jennie eran su refugio, un lugar donde Lisa se sentía segura y amada. Cada abrazo era una promesa silenciosa de apoyo incondicional.
Le gustaba cuando su nariz se arrugaba, formando pequeñas líneas en su rostro que solo aumentaban su encanto. Era un gesto adorable que Lisa encontraba irresistible, una expresión juguetona que iluminaba incluso los momentos más serios.
Le gustaba la forma en que Jennie la miraba, con una intensidad que trascendía el tiempo y el espacio. Cada mirada era un eco de su conexión profunda, un recordatorio constante de lo afortunada que se sentía de tener a Jennie a su lado.
Le gustaba aquella pequeña cicatriz que tenía en su cuello, una marca que contaba una historia única. Jennie llevaba consigo esa cicatriz con orgullo, como un símbolo de su valentía y resistencia ante las adversidades. Para Lisa, esa marca era un recordatorio tangible de la fortaleza y la determinación de Jennie, características que admiraba profundamente.
Le gustaba la manera en que Jennie se sumergía en sus pensamientos mientras miraba por la ventana, como si estuviera contemplando un universo de posibilidades. La mente de Jennie era un lugar fascinante, lleno de creatividad y profundidad, y Lisa disfrutaba explorando esos rincones junto a ella.
Le gustaba el aroma familiar de la colonia de Jennie, un perfume que se mezclaba con su propia fragancia cuando estaban cerca. Cada vez que Lisa lo olía, le recordaba instantáneamente a los momentos compartidos, creando una conexión sensorial única.
Le gustaba la forma en que Jennie la desafiaba a ser una mejor persona, a crecer y aprender juntas. Su relación era un viaje de autodescubrimiento mutuo, y Lisa valoraba la motivación y el estímulo constante que recibía de Jennie.
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The Stripper.
RomanceJennie en realidad nunca pensó enamorarse de una stripper. Menos de Lalisa Manoban, la chica que frecuentaba su novio.