Capítulo 22

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Resumen de momentos y sorpresas

Si los momentos tuvieran que tener un título en la cabecera de nuestras vidas, para Minatozaki Sana, el ver a una Tzuyu aún afectada por la anestesia, desorientada y algo atontada despertar, sería sin duda el de 'Cuando menos te lo esperas, alguien te sorprende'.

Allí estaba ante ella una figura con voz humana que reconocía perfectamente, pero que yacía cubierta de vendas, grapas, puntos de sutura y conectada a varios dispositivos, dejando entrever la magnitud de sus heridas.

Esos ojos pardos todavía estaban algo perdidos, intentaba mover sus brazos, pero emitía audibles sonidos de molestia. No se daba cuenta de en dónde estaba ni las vías sanguíneas que portaba en uno de sus brazos.

—Maldita sea —refunfuñó la convaleciente con voz dormida y seca, casi como suenan los borrachos recién levantados, pero todavía borrachos. Ante esta queja, la joven de tez trigueña, haciendo gala de cabezonería y valentía a partes iguales, hizo ademán de querer levantarse, pero la joven empresaria la tomó suavemente por los hombros y la acomodó de nuevo en la cama.

—Tienes que quedarte en cama —dijo con un tono suave y calmado, como si hablase con una niña que intentaba no dormir a su hora —. Estás muy magullada.

—¿Dónde estoy? —preguntó dejando entrever que no reconocía el lugar ni sabía que estaba en un hospital.

—En un hospital —contestó la joven Minatozaki.

—No me gustan los hospitales —refunfuñó haciendo un mohín y demostrando que era casi una niña grande.

—Pero debes quedarte.

—Agua —pidió la joven de ojos celestes con un ligero puchero —. Quiero agua, tengo sed.

Al comprender que en aquel estado, en un lugar que desconocía y no sabiendo aún como rellenar los huecos de su memoria aún en posesión de la anestesia, Tzuyu no era muy diferente a una niña pequeña que tenía miedo de la oscuridad. Así pues, con una leve sonrisa, la joven heredera rellenó un vaso con el agua de una botella que estaba en una bandeja de comedor y luego se acercó a la joven de tez trigueña que le había hecho tanto daño.

—Toma —y antes de que pudiera acercarle a los labios el vaso, la joven rebelde estaba intentando empujar el vaso por su gaznate, víctima una sed incontenible —. Poco a poco. Bebe poco a poco.

Ante esta proclama, aquellos ojos pardos la miraron levemente con cierta culpabilidad, haciendo sentir a Sana que estaba regañando a una infante, para después obedecer y terminar el agua a pequeños sorbos.

—Así es —solventó la joven heredera al ver por sus propios ojos como la convaleciente obedecía sus mandatos —. Buena chica.

La mujer que yacía en cama, golpeada y envuelta en vendas, apartaba la mirada de aquellos ojos verdes, pero por mucho que apartase la mirada siempre volvía a intentar mirarlos de reojo, casi como si no quisiera ser descubierta aplacando su curiosidad. Era extraña la figura de una chica que aún arrastraba las palabras a cada sílaba y que luchaba por tener los ojos entreabiertos, cerrando los párpados varias veces y agitando la cabeza; sin duda, el paso de la anestesia a la conciencia no semejaba ser muy agradable.

—¿Por qué me miras tanto? —le preguntaba debido a que esa mirada drogada no dejaba de lanzarle vistazos de soslayo.

—Es que me siento mal —replicaba sin voltear el cuello para verla —. Me duele solo verte y no sé porqué.

—Tranquila —replicó al darse cuenta de que la congoja y la culpa estaban haciendo acto de presencia en la joven suicida que estaba postrada en la cama —. Ahora lo importante es que mejores, tus heridas deben de sanar.

"Un puente hacia ti" SaTzu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora