Capítulo 35

63 9 1
                                    

El regreso y las dudas

Había sido un viaje demasiado extraño, casi se podía comprar con una de esas estrambóticas historias que le contaba tía: historias de muertos que se alzan para bailar con los vivos. Sí, eran como esas leyendas que contaban en su nación, solo que esta vez ella se imaginaba como una muerta aún por enterrar. Definitivamente, Tzuyu no sabía en qué lado de la balanza debía estar, siendo el centro el lugar de los indecisos que ya estaban muertos pero aun no lo sabían. Era todo lo que podía pensar en aquel lugar que, sin esperar volver a ver jamás, volvía a toparse con ello.

Recordaba vagamente el auto donde viajaba ahora, con los asientos de cuero, el interior cálido y mullido, y la ventanilla fría al contacto con su rostro. A su lado, la mujer que la iba a acoger durante las próximas semanas, Minatozaki Sana. Próximas semanas porque en cuanto pudiera caminar con soltura pondría la mejor de sus falsas sonrisas, aprovecharía todo el repertorio interpretativo que perfeccionó a la hora de inventarse excusas en el colegio, y se marcharía de allí. Eso haría cuando mejorara, aunque ahora la necesitaba.

Una parte de ella pensaba que mentirle a su benefactora era en exceso cruel, pero más vale un dolor temporal de esos que no dejan cicatriz. Ella no quería estar más de lo debido, no quería que la joven que estaba a su lado maldijera su acto de caridad. Caridad. Dicho en los labios de una necesitada que no quería ayuda sonaba casi como un estilete al orgullo, aunque así era y su orgullo de león no podría obviar que en aquellos momentos ella no era más que un pobre animal callejero en busca de refugio. Era como un perro sin amo que vagabundea buscando que llevarse a la boca y termina siempre en el mismo lugar para que un alma caritativa le regale las sobras de la cena, le acaricie un minutos, y se marche creyendo haber hecho su buena acción del día. Ella era uno de esos cánidos famélicos que pueblan la ciudad de noche. Ella era el reflejo de que las buenas acciones a veces son remedios temporales.

Ella sabía mejor que nadie que esos perros pueden morir. Morir lejos de un hogar, de una cama, de una manta, de una caricia; sencillamente morir. Por todo eso, Tzuyu quería dar las gracias rápido e irse deprisa, para que se arrepintiese de aquel perro vagabundo.

Envuelta entre tanto lujo, sabía que su rincón estaba en las calles grises y empapadas que observaba tras el cristal. La lluvia había terminado de caer y alguna tímida gota terminaba por suicidarse desde los toldos de las tiendas aledañas a las aceras. Piedra gris y día gris, una tintura casi permanente que resultaba poéticamente adecuado para su estado de ánimo. A veces observaba el reflejo de sus ojos y el vaho acumulándose a la altura de su rostro. En aquel momento, cuando su reflejo y ella se encontraban, se preguntaba cuando su aliento dejaría de empañar los cristales de todas las vidrieras.

Ella sabía que era un alma callejera que tarde o temprano volvería a irse y que era mejor que quien estaba a su lado pensase que había hecho algo maravilloso, porque de observar la triste realidad, podría cerrarse para siempre. A veces era mejor una ilusión que la cruel realidad, porque en la ilusión esta el germen de la alegría que reconforta el corazón. Porque la realidad era seca y fría como una piedra lanzada con ira por un niño que se cree dios.

—Bueno —una voz la sacó de sus pensamientos. La dueña de aquel tono dubitativo era la propia Minatozaki —, espero que estés contenta por haber salido del hospital por fin.

Una sonrisa suave se dibujó en aquellos labios de rojo carmín. Esos ojos mieles como panales reflejaban un deseo secreto de aceptación, casi como si esperase que alguien le dijera que era una buena chica. La mujer decidida del hospital se había convertido en algo a medio camino entre una dulce niñera y una niña que acunaba a su muñeca.

—Sí, sí —contestó Tzuyu, casi sin saber cómo contestarle a su salvadora —. Muchas gracias por todo.

Esa agradecimiento provocó que aflorase una mirada de alivio. A la joven empresaria solamente le faltó poner una mano sobre su pecho y resoplar.

"Un puente hacia ti" SaTzu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora