Capítulo 32

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Psicología y pesadillas

Vacío y nada más. Solamente veía una sombra a su alrededor que se alargaba convirtiendo sus largos y finos dedos en lanzas negruzcas con olor a fuel. Picor, recordaba esa sensación de quemazón en la piel, notaba el escozor de sal en la herida, de notar una herida palpitante.

Vuelve la sombra, larga, rodeando el lugar como si fuera el cortejo fúnebre del mismo Satanás que viene a buscarla. Era un demonio encerrado en las sombras, usando las paredes como marco y las cortinas como lienzo; sin forma, sin rostro, solo una figura lánguida de dedos quejumbrosos afilados. Las puntas huesudas de esos dedos la tocan, raspan como cuero.

Luz, entrando furtivamente en una rendija, sin darse cuenta de que es ella la que está encerrada. Las paredes de cal blanca la enclaustran, solo observa la luz matinal colarse por los huecos de la puerta. No puede moverse, no sabe que hacer, su cara está pegada al suelo de madera y desde allí ve como la luz se cuela debajo de la puerta.

No hay partituras, no sabe tocar, solamente nota el peso de su bajo en los hombros. No quiere tocar, solo hacer ruido. Observa la luz del escenario, la cega, no ve nada y casi no sabe dónde está el borde de la tarima. Enfoca la vista al mástil, lleno de sangre y con pedazos de piel y carne alrededor de las cuerdas. Son sus manos, están abiertas, están heridas; con partes sin piel y heridas abiertas. Intenta mover los dedos, no responden, solamente escucha el crujido de sus articulaciones cada vez que las mueve.

De repente, nota esa fría sensación detrás de ella, buscando atraparla. Está a su espalda, no se voltea a mirarla, pero sabe que está allí. Intenta huir, está aterrada, no sabe qué hacer y avanza. Grita, llora, ruega por ayuda; pero nadie responde y nadie la escucha. Nota la caída, se va a caer del escenario, es el final de la función. Adiós.

Algo la zarandea, nota como la llaman desde el fondo de un pozo. Se escucha muy bajo, pero muy claro.

—Señorita Chou, señorita Chou —llamaba la enfermera al tiempo que levemente intentaba zarandearla para que se despertase —. Señorita Chou, por favor, despierte.

Aquella voz tranquila y voluntariosa la trataba de modo formal, como si fuese una chica de la jetset, una dama de falda y perlas, en lugar de una barriobajera magullada.

Tzuyu entreabría los ojos con dificultad, la luz del cabecero estaba encendida y la luminaria impactaba en su rostro. Acababa de despertarse, su retina aún era sensible a la luz, aunque esta fuera tenue. Por unos segundos la joven de piel trigueña no supo donde estaba, hasta que recordó que aquella cama había sido su prisión por casi dos meses.

Cuando por fin pudo enfocar la vista observó una cruz dorada colgando de un cuello nacarado. Y unos ojos que recordaban al cielo cuando llovía. Su cabello en un moño alto y alrededor de sus ojos los signos de quien hace vigilia por los enfermos.

—Hola, Kate —saludó con voz dormida la joven convaleciente —, ¿qué ocurre?

El intento de broma no sentó muy bien porque a los pies de la cama un ceño fruncido la miraba con cierto disgusto. Cabello castaño y coleta alta, rostro afilado y ojos vivaces; contrastando la mirada melancólica de su compañera.

—Casi vuelves a despertar a toda la planta —bufó la otra enfermera.

—¡Oh!, vamos Chloe —replicó en su defensa la pequeña y delgada señorita Marsh —, nadie se ha quejado esta vez.

—Perdonen —a Tzuyu no le agradaba disculparse, pero tampoco quería andar causando más problemas de los que ya provocaba —, no lo hago queriendo.

La enfermera más alta puso ojos, siempre solía estar malhumorada a altas horas de la madrugada. No era capaz de ocultar su disgusto por tener que hacer horas nocturnas en lugar de disfrutar de una mullida cama y una almohada.

"Un puente hacia ti" SaTzu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora