Capítulo 25

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En una habitación de hospital

Le dolía demasiado, pese a que estaba sedada, cada punto de sutura y magulladura le molestaba todavía. Cerca de cada cicatriz notaba cierto escozor y recordaba las palabras que le decía su madre cada vez que se raspaba las rodillas y le embadurnaban las heridas con agua oxigenada: "si escuece, es que se está curando". No sabía si estaban sanando o no, pero ahora mismo se arrancaría la piel con un rastrillador para aliviarse un poco.

La doctora había vuelto, le había regalado una sonrisa afable al tiempo que se ajustaba sus lentes para leer con precisión los números en un aparato con demasiados botones y ningún botón de 'Press Start'. Le gustaba que la doctora San llegara a su habitación porque eso significaba alguna palabra de ánimo y una dosis de anestésico extra; algo que necesitaba casi a todas horas y que había provocado que el momento de la ración extra de sedante fuera lo mejor del día.

Así pasaba sus días desde hacia dos semanas, media sumida en un sueño lúcido o en una conciencia velada, casi sin poder responder de forma coherente y con horas enteras que pasaban como minutos. Era una sensación extraña estar rodeada de personas, pero no tener las facultades necesarias para entenderlas o para hablar con ellas, pero era un mal necesario. Necesario porque cuando desaparecieron los efectos de la anestesia quirúrgica por unos instantes, la joven de tez trigueña gritó y lloró como una niña ante tantísimo dolor. Jamás en su vida había experimentado una sensación tan horrible, la de huesos rotos, la piel abierta y la carne herida. Le habían dado palizas, tanto en Osaka como en Sapporo, había sangrado, se había caído, se había peleado, se había roto huesos, había sentido dolor, malestar, molestia; pero nada como la horrible sensación de que estaba experimentando en aquellos momentos. Cada punto de su sistema nervioso chillaba e iluminaba de color rojo una zona de su cerebro, intentando enviar una respuesta de puro instinto aa su mente: huye, escapa, evita el dolor, demostrando que al final solo somos animales con instinto de supervivencia. De haber podido, de servir para algo, hubiera salido corriendo de aquella cama y cruzado el mismo océano a nado sin con eso se librara de lo que estaba padeciendo, pero aquello era imposible. Sus huesos rotos, sus heridas y las malas sensaciones que venían con ambos le seguirían a cualquier parte, y salir de aquella cama solo empeoraría las cosas.

Resignación; era lo único que le quedaba. Pues sin poder valerse por sí misma estaba condenada, no solo a depender de los demás para su mejoría, sino para todo lo demás. A duras penas podía comer sola y generalmente le daban purés y verduras machacadas como si fuera una octogenaria. No importaba que pudiera mover una mano, ni la dejaban comer tranquila y siempre había una enfermera o alguien de su grupo intentando darle de comer. Aquello era molesto, pero al final tenía que acceder porque en verdad dolía todo y siempre tenía hambre, pero hambre de algo que pudiese masticar y engullir con una cerveza o un refresco al lado. Tampoco le dejaban tomar otra cosa que no fuera agua, que tenía que sorber con una pajita. Todo esto se debía a que tenía dos sondas en el cuerpo para hacer sus necesidades fisiológicas, lo cual le molestaba todavía más, la avergonzaba y la hacía sentirse tremendamente vulnerable. Ni siquiera podía orinar sola y necesitaba un maldito tubo para hacerlo.

En el momento en el cual introdujeron aquellos aparatos en su cuerpo, Tzuyu estaba semi—consciente y aquella situación la despertó casi por completo. Técnicamente aún estaba levemente sedada, pero podía matizar hasta el rostro de quien se encargó de introducir esas sondas en su anatomía. La enfermera solo hacía su trabajo, pero en aquel momento la joven del Este le hubiera pateado la cabeza de haber podido; no por odio, sino por la profunda sensación de ser humillada ahora y en el futuro.

Para alguien que presumía que se había levantado de todo en más de una ocasión, que había luchado pese a todo, que había seguido apostando pese a tener la peor mano de cartas posible; se sentía derrotada y ultrajada, solamente pensando en el motivo por el cual aún seguía respirando. Se sentía ilusionada por el hecho de que sus amigos estaban con ella, pero a veces pensaba que les estaba robando demasiado tiempo para que ellos pudieran estar usando en cualquier otra cosa, otro momento y otro tema. No iba a ser hipócrita, se sentía bien ser la chica especial que todos iban a ver; pero siempre que alguien recordaba aquella aciaga noche, notaba que más de un amigo había envejecido varios años en un momento.

"Un puente hacia ti" SaTzu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora