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Mew está frente la casa de Nadech. Esperando a que salga a las tres para visitar a su hijo. Lo pilla en la entrada y Nadech suspira pesado. —No tengo tiempo para esto. — Él gruñe.

—Queremos verlo. No podemos verlo sin la autorización del tutor encargado. — Mew discute. —¡Tú nos impides verlo!

—Ah, ¿por qué será? Ya sé. Porque tu intentaste seducirme. Ni siquiera llevas un mes de conocerlo, eres un extraño para mí y él no necesita de malas compañías.

—¿Malas compañías? ¿Quién crees que le brindó consuelo cuando supo tu infidelidad? ¡Fui yo! Fuimos Nanon y yo. Él debe saber que lo buscamos--

—Basta. — Nadech abre la puerta del auto. Mostrando los dientes como los leones hacen. Mew deja de hablar, pero no le quita la mirada. —Eres el menos indicado para darme un sermón. Yo decido quién mi hijo puede ver y quién no. Ciertamente, tú no pintas nada en su vida. Es un caso lamentable el de tu hermano, pero no regreses aquí. No tienes nada qué buscar. — Nadech entra al auto y cierra la puerta.

—¡Yo sí tengo algo que buscar! ¡Y es a tu hijo! MALDITA SEA. — Mew golpea la ventana del auto con ambas manos, pero el auto tan sólo retrocede y se va. Él hiperventila conforme se aleja hasta ser un punto en la colina. Desvía la mirada y limpia las lágrimas que caen de sus ojos.

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Gulf aún no se acostumbra al dormitorio, pero intenta conversar con el chico que se muerde las uñas. —Hola.

El chico brinca en su sitio, pero se atreve a mirarlo. —¿Qué quieres?

—Nada. Solo quiero hablarte. Pareces estar solo. Como yo. — Gulf intenta sonreír, pero la sonrisa decae en segundos. Sin embargo, vuelve animarse y saca un origami que hizo con una servilleta. —¡Mira! ¿Quieres aprender hacer esto conmigo? Guardé algunas servilletas que la enfermera trajó. ¿Qué te parece?

—U--Un cisne. — El chico estira la mano hacia el cisne y lo toma con delicadeza. Al llevarlo a sus ojos lo observa fijamente. —Es bonito.

—Lo es, ¿no?

—¿Puedes enseñarme?

Gulf sonríe al máximo. Alegre de encontrar una distracción. A la plática se une el chico que hablaba con una pared. El mismo tiene los dientes leche de un conejo y una carita extremadamente tierna. Gulf no sabe en qué momento se sentó entre las camas, pero le da la bienvenida. —¿Puedo aprender?

—¡Por supuesto que sí! No te quedes en el suelo. Siéntate en una de las camas. Muy bien, repartiré las servilletas.

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La enfermera camina a recepción para sentarse al lado de su colega, cuando mira las cámaras y ve a la directora hablar con unos chicos afuera. Hay un chico pelinegro, un chico con gorra y una rubia de ojos azules.

—La directora luce seria. ¿Qué le pasa? — Goy, la enfermera, pregunta.

—Los amigos del último paciente ingresado no han parado de venir. Ya casi termina el mes y no toman un no por respuesta.

—¿Último ingresado...? — Goy piensa. Luego pega un grito. La colega la mira tan indiferente como siempre. Es alérgica a las expresiones faciales. No altera nada más que la boca. —Oh por Dios, ¿quieres decir que sus amigos sí han intentado verlo? La directora me había dicho que no y eso le dije a él. ¡Soy tan tonta! ¡Merezco morir! — Goy cruza los brazos sobre el escritorio y hunde su rostro en ellos.

—La directora te dijo eso porque sabe que los dejarías pasar. Eres muy buena persona. Pero no están autorizados. El padre lo prohibió.

—¿Cómo dices? ¿Por qué haría algo así?

Los Hombres De Mi Papá•MewGulfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora