11. Mío para siempre

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—Abandono el grupo...

No podía creer que su hermano estuviera diciendo eso. Sintió que algo se rompía en su interior. Y al verle levantarse y marcharse de su lado, solo pudo separar los labios para expresar en un susurro aquello que tanto le atormentaba.

Pero no contó con los malditos micrófonos, que captaron su voz y ampliaron, haciendo que todo el mundo fuera testigo de su declaración.

—Tom...no me abandones...

La sala se queda en silencio, solo roto por algunos de los flashes que captaban la triste expresión del cantante y la de triunfo que el otro hermano reflejaba en su cara al girarse.

—La rueda de prensa se suspende—logró decir David tras reponerse.

Un murmullo de decepción se dejó oír en toda la sala, los periodistas querían saber que iba a pasar a continuación, si los hermanos harían las paces...o ese era el final del grupo.

Los chicos se levantaron a una señal de su productor, yéndose a un rincón a la espera de poder abandonar la sala y regresar a sus habitaciones. La señal también iba por el ex guitarrista, quien solo se encogió de hombros y negó con la cabeza con una sonrisa en los labios.

Dio media vuelta y echó a correr hacia las escaleras. No quería esperar al ascensor y que le cogieran los periodistas por banda para acosarle con preguntas cuyas respuestas solo tenía derecho a escuchar su hermano.

—Tu hermano es un caso—gruñó David enojado.

—Es mejor que hable a solas con él—logró decir Bill.

—¿Estás seguro? ¿Y si te vuelve a...?—empezó a preguntar Gustav.

Pero un gesto del cantante le obligó a no terminar la frase. Solo él sabía que le había pegado, prefería que nadie más lo supiera.

—Adelante, si le logras convencer de que no abandone el grupo, me avisas. Estaré en mi habitación tomando el aire....o algo más fuerte si es posible—murmuró David soltando una risa por los nervios.

Asintió y echó a correr como ya hiciera Tom. Tenía el pasillo despejado, los periodistas habían abandonado ya el hotel por sugerencia del director, que no quería que se montara un escándalo en plena recepción.

Pulsó nervioso el botón del ascensor, pero viendo que tardaba en bajar, miró las escaleras y decidió subir por ellas. Corrió lo más deprisa que pudo, jadeando a mitad de camino, pensando que no sabía lo que le iba a decir en cuanto le tuviera delante.

Llegó al piso en el que estaban sus habitaciones casi sin aliento. Se inclinó y quitándose las gafas se frotó los ojos, que se le llenaron de lágrimas pensando que se hallaba más cerca de su destino.

Recuperada la respiración, caminó despacio y se paró ante la puerta de la habitación su hermano, llamando a ella antes de poder arrepentirse.

—Pasa, Bill—escuchó la voz de Tom desde el otro lado.

Empujó la puerta y entró cerrándola tras él. Le vio asomado a la terraza, dándole la espalda apoyado en la barandilla. Se acercó y se quedó a unos pasos, apretando con nervios las gafas que llevaba en las manos.

—¿Quieres que me vaya?—preguntó Tom sin girarse.

—No—contestó Bill con firmeza.

—Sabía que al final te haría entrar en razón—dijo Tom satisfecho.

—Me has entendido mal, quiero que te quedes, pero por el grupo—aclaró Bill en un susurro.

—No—dijo Tom con firmeza volviéndose.

Porque eres míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora