I.

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Adventencia: lenguaje soez.

—Irene Bae, esta corte la encuentra culpable de la muerte por negligencia médica, del menor Greg Matthews y la sentencia a cinco años de prisión en la Prisión Federal Camp Alderson.

El martillazo del juez hizo un eco sordo en su cabeza y una silenciosa lágrima descendió de sus ojos, rojos e hinchados.

—Lo siento —susurro su mejor amiga y abogada, Jennie Kim, mientras la abrazaba, aguantando las lágrimas一. Hice todo lo que pude.

Irene veía a su alrededor, sintiéndose ajena a esa caliginosa situación, el llanto de su madre y amigas, la sonrisa cruel de quienes la inculparon, los murmullos de los presentes, se sentía miserable, como si en cualquier momento su piel fuese a agrietarse, transformándose en tierra seca que caería en pedazos hasta no dejar más que un rastro de polvo.

Miro de reojo a su antiguo novio, Henry, el culpable de que ella estuviese ahí. Siendo sepultada en vida por un crimen que no cometió. Todo por un mínimo error, una infidelidad que desembocó en una amenaza sobre hundirla; que arrogante fue al pensar que solo eran palabras falsas.

Aún recordaba cómo se había mofado de su ex novio cuando este le dijo que la aplastaría, que la destrozaría. A sus ojos, Henry solamente estaba despotricando debido a la ira; patético. Poco le importó que el padre de este fuera el director del hospital donde trabajaba, y es que jamás pensó que ese hombre, serio y razonable, se dejaría llevar por las palabras de su hijo, incriminando a Irene sobre la muerte de sus pacientes.

Sí. Irene había pecado de soberbia e ingenua. Estaba acostumbrada a una vida donde todos a su alrededor celebraban cada cosa que ella decía o hacía, destacada en su trabajo como pediatra, de facciones sensuales y hermosas; con una labia digna de envidia y anhelo.

Pensó que su aventura de unas cuantas noches con la linda enfermera de la planta de cirugía no tendría importancia y cuando Henry, su novio de un año, la descubrió con la chica entre sus piernas lamiéndola como toda una profesional; imagino que simplemente significaría el término de su relación sentimental, nada que realmente le importase. Ahora viviría en carne el alcance de su error.

—Irene, haremos todo lo posible para sacarte cuanto antes —Jennie la apretó en un abrazo, no queriéndola dejar ir—. Esto es una maldita injusticia. Buscaré una solución, te lo prometo.

—Jenn —musito con la voz quebrada. La mirada fija en su pobre y agotada madre—. Necesito pedirte un favor.

—Lo que sea. Pídeme lo que sea.

—No quiero que mi madre vaya a verme a prisión, no lo soportaría.

¿Cómo permitir que su madre sufriera yendo a verla a prisión? No podía ser tan egoísta.

Jennie retuvo las lágrimas y asintió con un movimiento de cabeza.

—De acuerdo. No ira, lo prometo.

—Bien, gracias.

Dos guardias se colocaron tras de Irene y Jennie, al notar la presencia de las mujeres, rompieron su abrazo, no dejaban de mirarse e Irene limpio con sus dedos pulgares las mejillas húmedas de su mejor amiga; era como su hermana.

—Irene Bae, debe acompañarnos.

—Debo irme —un tirón de las comisuras de sus labios fue lo mayor que logró esbozar en similitud a una sonrisa alentadora.

—Iré a verte. Se fuerte.

—Lo sé. Cuídate y cuida a mi madre, por favor.

Contó los pasos que retrocedió, fueron tres.

Prisionera - seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora